domingo, 9 de octubre de 2016

TRAS EL ADN CANDELEDANO


Con el envío de algunos escritos, me propuse diluir la tendencia que tenemos al hablar de Candeleda, de solamente difundir capeas, toros de fuego y folklore, o como nosotros decimos, cantes de guitarreros. No es que ello no me guste, es que Candeleda es muchísimo más que eso. Así, voy dando pistas del origen de nuestros nombres geográficos, de nuestra historia, de nuestra alma… porque, sin duda, estoy de todo ello enamorado. Me crie con muchos de vosotros, mis amigos, en una Candeleda embrión de nuestra historia española y nunca fuimos conscientes de ello. Pero sí fuimos conscientes de que nuestro ADN de candeledanos nos hacía ser puros y distintos, en cualquier punto de la geografía española que nos acogió cuando buscamos un porvenir más acorde con la vida moderna. No es que fuéramos mejores ni peores, Dios nos libre de tales pensamientos. Pero teníamos remarcado “el origen”. De la misma manera que los médicos nos decían a algunos al hacernos una radiografía eso de,  “tiene remarcado el empastamiento hiliar”. Así, el candeledano tiene remarcado el origen en su ADN. No es de extrañar, por tanto, ese amor que tenemos al terruño tan puro y nada excluyente con aquellos otros que, aunque no hayan nacido en Candeleda, son tan candeledanos como nosotros.

Ese ADN se ha ido formando durante siglos.

Los apasionantes trabajos del profesor Fernández en El Raso, están poniendo de manifiesto la importancia de nuestros primitivos pueblos, que están siendo muy estudiados a nivel de la arqueología mundial. Lamento no ser historiador, pero al menos he sido lector. En los pueblos primitivos no había escritura y por esta razón solo nos llegaron leyendas de los hechos acaecidos que se trasmitían oralmente. Y leyendo la Historia de España de Alfonso X El Sabio, encontré que hablaba del primer rey del que se tenía constancia en España, que moraba en las Sierras de Ávila, era el rey Tartus. La leyenda la encontré también en un manuscrito de la Universidad de Salamanca, donde hablaba de la fundación de Toledo por el rey griego Rocas. Hay tres leyendas sobre la fundación de Toledo, pero a nosotros nos interesa la de Rocas, por ser aquí donde aparece la primera referencia escrita, sobre un rey que moraba en las sierras de Ávila. El rey Tartus. La leyenda ahí está. Siguiendo a un oso para cazarle, Tartus se encontró descansando en una cueva al griego Rocas, al que terminó desposándole con su hija. Pero no pretendo contar aquí la leyenda, sí contar mi sorpresa al encontrar… ¿Un rey candeledano? Traté de mirar a un lado y otro a ver si alguien advirtió mi cara desencajada por la sorpresa. En mi cabeza se acumulaban tantos anhelos intelectuales que, confieso que terminé aturullado. No encontraba, más que cinco castros donde pudieran vivir los aborígenes en toda la sierra. Y todos en Candeleda. El lugar, el clima, los frutos, la caza. Solo en Candeleda. ¡Qué buen punto de partida para una “Historia de Candeleda”!

Ahí lo dejo. A mis queridos amigos del blog, les digo que además de capeas, toros de fuego y folklore, tan nuestro todo, les animo a buscar la leyenda del Rey Tartus y Rocas en internet. ¿Será Tartus nuestra primera referencia escrita? ¿Será Tartus un rey…candeledano? ¿Tendré yo razón cuando digo que Candeleda es el corazón de las Españas?... Seguiremos buscando nuestro ADN.

sábado, 18 de junio de 2016

Y OÍ A LAS ROSAS LLORAR


Ayer tuve que ir a Candeleda a enterrar al último hermano de mi padre que quedaba vivo. Esto es algo que ya se ha hecho habitual. Uno tras otro, nuestros familiares desaparecen y nuestros candeledanos “grandes”, es decir mayores, van desapareciendo. No conozco a los jóvenes y se me van quedando atrás los nombres de tantos coetáneos que no puedo ver más que de tarde en tarde. Apenas si me da tiempo a estar con mis hermanos y sobrinos, ver a algunos tíos y primos y estar con algún amigo muy fugazmente.

Al día siguiente tengo que madrugar para ponerme en camino de vuelta al trabajo, en un viaje de cientos de kilómetros. Antes subo a ver a la Virgen de Chilla. El día es luminoso. La sierra imponente, bella y majestuosa. El camino se pinta de verde y se adorna de florecillas de mil colores. El olor se torna fragancia fresca de hierbas silvestres. Los prados segados y la mies del heno en lineales secándose al sol para ser ensilado después. Solo veo a algún cabrero con sombrero viejo de fieltro y en la mano un cubo de hojalata que delata que ha terminado el ordeño.  Sus andares son tranquilos, sin prisas, yo diría que está gozando del nuevo día. La carretera se empina más y más, hasta entrar en un precioso túnel de ramas de robles con sus hojas verdes que se mantiene sinuoso hasta desembocar en un pequeño llanete donde ya se divisa la ermita.

No puedo remediar ir recordando a todos mis seres queridos. Y veo su memoria habitando en  la sierra, en su sierra. Y veo que salen a mi paso a sonreírme y quererme. No puedo contener mi sentimiento y mi angustia de no poder abrazarlos. Las lágrimas salen con fuerza a mis ojos. Son mis raíces candeledanas más profundas que los enhiestos y mayestáticos robles de la sierra.  Y mi sentimiento es fuerte, como el viejo roble serrano. Y profundo. Es mi querer a mi tierra y a mis gentes.

La ermita está radiante de luz, la hierba recién regada y fresca. Tengo necesidad de ver a la Virgen. Me sorprende el altar lleno de flores naturales. Me siento un rato con ella sosegándome con una música de Gounod, Schubert, Mendelssohn, y  otros que reconozco. Allí siguen mis ancestros conmigo. No digo nada. No pienso nada. Solo me siento acompañado por el alma de mis allegados muertos, candeledanos todos. Me siento muy apenado. No pido a la Virgen por mí. Solo pido por ellos. Esos que uno a uno, van desapareciendo. Y así, oí a aquellas rosas llorar.

Esta nuestra “loca sacra” de Chilla, es nuestro lugar sagrado desde hace miles de años. Así nos lo cuentan los sabios historiadores que han venido a rescatar nuestra memoria histórica. Chilla significa blancura y es nuestro “inmaculado lugar sagrado”. Por ello se llama Chilla, es decir lugar blanco por la nieve pintada en los farallones de la alta sierra. Es el lugar sagrado del alma blanca de los candeledanos que nuestra Virgen purifica. Nosotros solo acertamos a llenarle el altar de flores. La Virgen se encarga de purificar nuestras almas. Así lo sentí yo cuando oí llorar las rosas.

Ahora me siento en paz y en connivencia con mi sangre serrana. Los recuerdos de la niñez se dibujan en aquellos lugares y hasta en algunos de sus viejos árboles que reconozco. Mi corazón se ha serenado al sentirse querido por toda mi estirpe que fueron los que nos enseñaron a  adorar a la Virgen y que estaban allí con Ella. Ya regreso sereno y tranquilo. Me pongo en carretera a hacer cientos de kilómetros de vuelta, con la seguridad de que también un día, yo estaré con el alma de mi gente. Estaré también allí con Ella. Y dejé un beso al viento, sincero, profundo, humilde, para el lugar donde nací, para mis mayores que en paz descansan. Y con el beso, una última lágrima. Adiós Candeleda.

domingo, 22 de mayo de 2016

COSAS CANDELEDANAS


Soy candeledano, estudiantillo de entonces. De aquellos que nuestros padres enviaban a Pastrana, Ávila, Madrid, Arenas, Alcalá de Henares, siendo aún niños, en pos de algún seminario menor, por si cuajaba alguna tardía vocación y en el mejor de los casos, tras alguna instrucción que pudiera sacar a aquellos niños del arado romano, de las bestias o de las cabras.

No tengo claro si aquella buena intención, que yo hubiera repetido con los míos, fue o no acertada. No, cuando peino canas, ya no lo sé. Solo sé que apenas tardé unos meses en adoptar el habla madrileño y castellano con un dominio de las eses perfecto.

En mi caso, aterricé en la mejor sociedad madrileña de la época, donde las diferencias eran terroríficas con mis costumbres, con mi tierra y con mi gente. Hubo que aprender a no meter la pata desde muy niño. ¡Qué cosa tan terrible! Claro que ahora me río cuando recuerdo que mis compañeros de mesa de comedor, me sometían a un interrogatorio sobre mi origen y familia, sorprendiéndose de que mis padres tuvieran cuatro fincas, Carrascal, Cardenillo, Huerta del Esparragal, La Colilla, y mis abuelos y tíos, El Llano, Navarro, Carretero… Ellos solo tenían una o ninguna. El de la finca, la tenían su padres en Badajoz y tenía diez mil hectáreas. Los otros eran pobres, uno de ellos, su padre mandaba como Presidente en un banco que se llamaba Bilbao. El otro, no puedo decir más que ahora es dueño de grandes empresas constructoras e inmobiliarias de éste país. Así de pobres eran mis compañeros. Yo sin embargo era uno de aquellos estudiantillos privilegiados candeledanos que salíamos con diez años tras unos estudios, a la capital, cuando nuestros padres con todo su sueldo anual, no podrían pagar ninguno de aquellos colegios. Gracias a las becas y a la buena voluntad de mucha gente, y también a nuestro esfuerzo, los estudiantillos de entonces salíamos adelante.

Pero no pudo la capital conmigo. Los paletos de entonces, solíamos sobreponernos a los capitalinos, sin embargo, amigos nuestros entrañables. Con el paso del tiempo, logré llevar a Candeleda a mis amigos de la capital y gratamente me sorprendí cuando me decían… ¡Pero cómo no nos has traído antes a tu pueblo! No obstante, tuvieron que pasar los años de la niñez y cuando ya estaba bien entrada la pubertad, abandoné las eses y el miedo al atávico atraso cultural de mis gentes en comparación con los instruidos madrileños de entonces. Si cabe, cada vez me hice más candeledano.

El hablar de “se faró y se cayó…” la famosa “chapaletina”… el “no me vaga”… “de cutio”… etc, era entendido como un idioma paleto supino. Pero ya digo, que esas son cosas del pasado. Desde hace tiempo que sostengo que en Candeleda no se hablaba en absoluto mal. Era simplemente un castellano de unos cientos de años atrás.

Mi hermana Nines hizo un trabajo prodigioso, recogido en un libro sobre el léxico candeledano y nuestra manera de hablar. “De no querío… bien lo vaga ello”, es un precioso libro y su prosa al final, es un relato guasón, porque los candeledanos nos reímos de nosotros mismos, es bonachón porque está lleno de ternura, es conciso porque precisamos los términos a las cosas y sentimientos… y es un castellano de hace cuatro siglos. Me encanta leer el idioma candeledano, que existe en Candeleda y en toda la zona de alrededor, antiguo Alfoz de Ávila.

Tenemos letrillas de jotas y rondeñas que nos vienen de antaño. Pueden ser cientos de años. Una de ellas que aprendí de mi hermano José Luís, que las oía cantar a los cabreros en El Palancar, en aquellas noches que se reunían los vecinos de aquellas fincas serranas. Dice así: “Venimos mi amiga y yo, de correr la caravana, pa que no diga la gente, que tenemos mala fama”. Siempre la canté y nunca la entendí.

Posiblemente fuera amiga o amigo. Y si amiga...¿por qué amiga? Caravana… ¿qué caravana? Me imaginaba las caravanas que venían a la sierra por el Puerto de Candeleda. En fin. ¿Tendría alguna importancia todas estas cosas mías?

Sí, hace tiempo que sostengo que nuestro lenguaje candeledano es un castellano muy antiguo y me lo demostré a mí mismo, cuando leí en un libro viejo lo de correr la caravana. ¡Eh! ¡No me lo podía creer! Inmediatamente encontré en el Diccionario de la Lengua Castellana, por la Real Academia Española, que “hacer o correr caravanas” era “hacer las diligencias que regularmente se practican para lograr alguna pretensión.” Me imaginé a dos serranillos de los alrededores de Chilla, yendo o viniendo de la casa del cura o de la casa del alguacil, haciendo las diligencias necesarias para no dar que hablar. ¿Nos da ello idea de cómo se vivía en la sierra en la antigüedad?... Sin duda.

Otra letrilla de rondeña vieja. “Mi padre fue un caballero y mi madre una serrana y yo, nací una mañana entre la nieve y el yelo”. Qué descripción más perfecta de una situación en la que el Concejo de Ávila disponía de todos los pastos del Alfoz y en la que las garridas serranas no dejan de ser las musas de la lírica castellana, pero terrible al mismo tiempo porque denotan algún derecho de pernada. Sea como fuere, nuestra tradición oral nos ha dejado detalles de nuestra manera de ser y de vivir, pero nunca lo valoramos así.

Hoy, yo reivindico nuestra historia antigua y nuestra manera de hablar y nuestro folklore. También soy, junto con el griego Eneas y Camilo José Cela, quienes decimos que nuestra tierra es el Corazón de las Españas y remarca Camilo que ello es porque,  “es por donde mejor o peor, empezó España”.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Un broche en mi corazón

Largo mes de aquel castigado estío cuyo final se tornó en eterna espera,
largas noches escudriñando el cielo por ver si aún encontraba mi adorada estrella.
Fue la varita mágica de un hada la que rasgó rauda el firmamento
 sembrando un polvo de estrellas de innumerables y plateados pigmentos.
 De aquella estela reluciente apareció al fin mi estrella,
y sorprendido…no, son dos, no, son tres…
Tres luceros del alba… Tres regalos del cielo…
Tres corazones al viento que asisten mi caminar viejo, torpe y lento.

Y así, aquel regalo llenó toda mi vida de alegrías y esperanzas.
¡Bendito mes de aquel duro estío en el que el cielo
puso a mi corazón, un broche con tres preciosas esmeraldas!

sábado, 16 de abril de 2016

PEDRO XIMENEZ

VERDADERO ORIGEN Y PROCEDENCIA DEL NOMBRE

FIN DE LA LEYENDA DEL MILITAR DE LOS TERCIOS DE FLANDES

Aguilar de la Frontera y Pedro Ximénez de Varo


El tercer señor de Aguilar vivió durante el reinado de Alfonso XI (1312-1350). El Estado de Aguilar era un Estado opulento y fundamental en la lucha contra el enemigo musulmán, enclave estratégico y frontera con el Reino de Granada. Nos situamos en ésta fecha porque es en ella donde el primer “Varo” llega a Aguilar tras la política de repoblación castellana de las tierras reconquistadas y tras el último gran rey reconquistador, que era Alfonso XI, enterrado en San Hipólito de Córdoba, construido por él mismo para conmemorar la Batalla del Salado y donde también yace nuestro gran Alonso de Aguilar.
La repoblación de las zonas conquistadas estaba siendo muy problemática en el siglo XIII. Solo se repoblaban las grandes ciudades y las cabeceras de comarcas agrícolas como campiñas, vegas, etc. Para resolver el problema en zonas rurales se procedió a los repartimientos de tierras, como fue el caso de Aguilar, a militares que se habían distinguido en las conquistas. En esta época los repobladores en Córdoba procedían de Burgos, León y Toledo. Aragoneses, portugueses, navarros y aragoneses, fueron a Sevilla y a la Bahía de Cádiz, pero eran apenas un reducido número comparado con los castellanos venidos a Córdoba. Aun así, en las zonas rurales, los repobladores eran militares. Tal era el caso de Aguilar situada en la frontera con el enemigo.
Por el año 1327 se repobló Villalba del Alcor en el actual Condado de Huelva y se incentivó el cultivo de la viña que habían ya iniciado los campesinos en la zona de Niebla, dando origen a los vinos del Condado de Huelva. Aquella zona reconquistada y repoblada gozaba de una paz que Aguilar todavía no tenía.
En 1328-1330 se produce el asedio de Teba donde Teba y Olvera estaban en primera línea de batalla y se mantenían en segunda línea Aguilar de la Frontera junto con Estepa, Osuna, Puebla de Cazalla, Morón de la Frontera, Montellano, Villamartín, Arcos de la Frontera, Jeréz de la Frontera, Medina Sidónea y más atrás Chiclana, Conil y Vejer. Alfonso XI contaba con el apoyo de la segunda línea en hombres y víveres. ¿Quién podría ser repoblador de Aguilar si no se era un avezado castellano militar?
De 1342 existe una escritura en el Archivo de la Catedral de Córdoba por la que Alfonso XI hace un repartimiento de tierras en Aguilar de la Frontera y entre ellos estaba Pedro Ximénez de Varo. Un año más tarde, muerto el tercer señor de Aguilar, su hermano Fernán González de Aguilar, vence a los moros en la Batalla del Río Yeguas y en la que sus militares aguilarenses se distinguen en la contienda y entre ellos, Pedro Ximénez de Varo, que entonces ya era vecino de Aguilar.
La Batalla del Salado había sido un par de años antes en 1340 en la que Aguilar estuvo muy implicada, pero no tenemos constancia si Pedro Ximénez estaba ya al servicio de los Aguilares. Tampoco sabemos si Pedro Ximénez estuvo al servicio de Alfonso XI en los que en aquellos años llegó cinco veces hasta el Campo de Gibraltar. Lo que sí sabemos es que en 1340-41 el rey, sitió Alcalá la Real en las puertas de Granada y repobló Aguilar, Priego, Anzur, Monturque, Montilla y Cañete.
La contienda del Rio Yeguas tuvo lugar en 1343 y se distinguen los aguilarenses, entre ellos Pedro Ximénez de Varo.  Todavía falta un poco de tiempo para que lleguen los Fernández de Córdoba al Estado de Aguilar, por lo que los Varo, son anteriores en Aguilar a la llegada de éstos. Aguilar aparece ya como un municipio consolidado y con competencias. En 1350 el alcalde Juan de Párraga, tenía competencias en conocer los Pleitos de Hidalgía, con las exenciones que ello implicaba, por consiguiente Aguilar ya debía estar consolidada como municipio de cierta importancia.
Pedro Ximénez de Varo es un militar o caballero castellano procedente de Losa Fita, de la merindad de Losa en Burgos. De allí procede su casa solariega y nos ha llegado intacto su escudo de armas, que cuelga en muchas de las casas de los Varo, en Aguilar, de padres a hijos. A partir de 1340 con la muerte del tercer señor de Aguilar sin dinastía, corren treinta años hasta la nueva venida de los Fernández de Córdoba. En estos años Aguilar pasa a manos reales y a Fernández Coronel y es codiciado por Bernat Cabrera. Son años complicados en los que presumimos se salva el militar Pedro Ximénez por motivos de la edad. Asentado en Aguilar y dedicado a las labores de la tierra, el primer Varo consolida su casa y su familia siendo uno de los primeros repobladores castellanos de Aguilar de la Frontera.
Con el noveno Señor de Aguilar, Don Pedro Fernández de Córdoba ( 1441-1455), nos volvemos a encontrar a descendientes de Pedro Ximénez de Varo como militares integrantes del ejército del Estado de Aguilar, haciendo incursiones contra los moros en la zona de Antequera. Éstos eran Fernán Ximénez y Alonso de Varo, entre otros soldados aguilarenses, que da idea de la tradición militar de los Ximénez Varo y del asentamiento de su casa en Aguilar como propietarios de tierras de labor.
Ya en tiempos del gran Alonso de Aguilar, los militares Varo integraron su ejército. Así nos consta en la Batalla de Martín González en la que Don Alonso mató a Aliatar, suegro de Boabdil el Chico, uno de los integrantes del ejército de Don Alonso era Miguel de Varo. También en el asedio de Granada que terminó en 1492, militaron muchos vecinos distinguidos de Aguilar formando parte del ejército de Don Alonso de Aguilar, entre ellos Ruiz Sánchez de Varo, Pedro Ximénez de Varo, Juan Ximénez, a los que se los hizo un nuevo repartimiento de tierras como aparece en 1493 expedido en Alcalá la Real y cuyo pergamino se conserva en el Ayuntamiento de Aguilar, en la zona del Arroyo de Albornoz, Atalaya y en el Cerro de Buenavista en el término de Aguilar.
A partir de 1505, el Marquesado de Priego en su política de compras de tierras para la formación de su latifundio inmobiliario, compra muchísimas propiedades y entre ellas, compra diecinueve fanegas de viña, en el término de la actual Montilla, al aguilarense Pedro Ximénez de Varo, sobre el primer tercio del siglo dieciséis o a mediados del siglo dieciséis.
Los tercios de Flandes son creados por Carlos I para el mantenimiento de las provincias de Centro Europa, precisamente a mediados del siglo dieciséis.
Una vez referenciadas estas notas históricas, entroncamos con la leyenda de la variedad de uva Pedro Ximénez, tan popular e importante para nuestra zona. Cuando se habla de la historia de nuestros vinos Pedro Ximénez, cada erudito aporta una nueva leyenda que a base de no ser desmentida, se convierte en una nueva pura invención. Así, circula que un militar de los Tercios de Flandes, llamado Pedro Ximénez, se trajo de la zona del Rhin unas cepas en su zurrón a nuestra zona y ese es el origen de la variedad de nuestras cepas actuales. Muchos autores , como García de Leña (1972), Masdeu (1783) y González Gordon (1948) apoyan esta tesis que no es compartida por Viala y Vemorel (1910), Pullita Rovasenda y algunos más, quienes opinan que las características morfológicas y ampelográficas de la Pedro Ximénez en nada se parecen a las de las vides cultivadas en los valles alemanes. Basta recorrer los extensos viñedos del Rin de Mosela y observar la morfología de las variedades que allí se cultivan y de sus racimos para concordar con la idea menos viajera.
Pero la uva Pedro Ximénez es sin duda una variedad nacida en el sur y mediterránea, según edafólogos y técnicos. Pero continúan algunos eruditos dando rienda suelta a su imaginación sobre la procedencia. Incluso profesores de la Facultad de Filosofía de Córdoba, han encontrado notas sobre esta uva publicadas en el siglo XV, lo que da al traste definitivamente con la leyenda del soldado español de los Tercios de Flandes.  Parece que a partir de los comienzos del siglo XVI la variedad de uva Pedro Ximénez se extendió por el sur de la provincia de Córdoba desplazando por sus excelentes cualidades a otras cepas. Enrique Garramiola en un libro de Escribanía Pública de Diego de Aguilar, fechada el 3 de Abril de 1574. Dice así: “Ante los licenciados Alonso Cabrera y Santa Cruz, abogados, y Gaspar Díaz de los Reyes, vecinos de la villa de Montilla, Antón Ximénez Toledano, se obliga a entregar a Juan de Vera, mercader, que está ausente, ambos también vecinos de dicha localidad, veinte y cinco cargas de uva Pedro Ximénez, de la cosecha del presente año, al precio que rija en Montilla por el día de Nuestra Señora de Septiembre venidero”. Es decir, hay apuntes de historia por todos lados en los que se indica que en la zona se cultivaba la vid desde hacía mucho tiempo, de la mano de los repobladores castellanos.
Tal vez ha llegado ya el momento de publicar que Pedro Ximénez no es un soldado anónimo. Pertenece a una familia de Aguilar muy conocida y cuya sangre circula mezclada con otras por casi todos los aguilarenses actuales. Se trata del primer Varo que llega a Aguilar, llamado Pedro Ximénez de Varo. Durante varias generaciones se mantuvo el mismo nombre de Pedro Ximénez de Varo y durante varias generaciones fueron militares. Fueron dueños de tierras y conocimos su dedicación a la viña. No es extraño que en la leyenda algunos detalles coincidan con la realidad. El que da el nombre a nuestra variedad de Pedro Ximénez, era militar, cultivó viñas y tal vez alguno de sus miembros estuviera alguna vez en los Tercios de Flandes, pero mucho antes ya cultivaba sus propias viñas en sus tierras repobladas de Aguilar. Es más fácil pensar que algún familiar de los Pedro Ximénez de Varo trajera las cepas del sur, en sus correrías por el Condado de Huelva que del Rhin.
Esta es una reseña, con cariño, para todos los Varo. Espero que os guste.



La navaja del abuelo


Encontré en mi casa un cuchillo de cocina de esos que llaman los modernos, un punta. Corto y de mango amplio aunque de empuñadura de plástico. No sé cómo ni de qué manera, me sorprendí a mí mismo cortando finísimas lascas a una cuña de queso manchego que me sabían a gloria. En un segundo me transporté a mi niñez, a la Calzailla, donde un viejo de antaño sentado a la puerta de su casa en su silla baja, labraba con su navajilla un tacique de pan y un trocito de queso duro de oveja. Posiblemente he tardado sesenta años en comprender lo que era capaz de hacer la navaja del abuelo y el placer de dioses que es comerse con una navajilla modesta de Albacete, comprada en “ca Ramón” o en “cá Marino”, un cacho de pan con queso.

Dicen que no existe un candeledano al que no le gusten las navajas. ¡Nos metíamos tanto con mi primo Nano por su afición a las navajas…! Pero lo cierto es que yo, cuando viajo y paro en los bares de carretera, me quedo mirando los expositores de navajas como un tonto. Y también, como buen candeledano, acaparo navajas de todo tipo. Me dicen que es una manía. Pero es que soy hijo de mi tierra.

Hoy, es la modesta navaja del abuelo la que llama mi atención. Pequeña y manejable, permitía a aquel abuelo el poder llevarse a su boca desdentada las pasas. Así llamaban los cabreros al queso, chorizo y salchichón de la merienda, porque el lomo y el jamón de la matanza, por necesidad, muchas veces era vendido. Tal vez lo llamaban pasas, porque se ponían tan duros como piedras en las alforjas o en el zurrón, después de todo el día trasegando entre las piedras de los montes. Pero lo cierto y verdad es que así llamaban a esas viandas en la Edad Media y nuestros padres seguían hablando su castellano antiguo heredado.  Yo, del queso he pasado al salchichón y al resto de las pasas y he descubierto que haciendo pequeños y finos cortes, todo me sabe mejor. ¡Caramba con el abuelo ¡ Confieso que soy un mago con el cuchillo y el tenedor que introdujo en Europa el cordobés Ziryab, pero desconocía que la navajilla del abuelo es capaz de conseguir que el queso y los embutidos sepan mejor.

No me podía imaginar que una modesta navajilla hiciera aflorar en mí sentimientos tan amables. Los recuerdos candeledanos empiezan a amontonarse. Las varas remondadas y peladas con la navaja, para hacer las espadas para el combate. Aquellos tubos huecos a modo de cerbatanas, lanzadores de pipos de bolillas que más de un disgusto nos dieron en las escuelas. Aquellos viscales rebeldes que merecían ser cortados de algún costal de grano. También hacíamos los lazos para coger los mirlos y pájaros y todo cuanto podíamos necesitar para jugar, trabajar o inventar. Para todo esto y más estaba la navajilla pero lo sorprendente para mí, es que al cabo de los años descubriera las bondades de la modesta navaja del abuelo.

Allí en la Calzailla, el tío Pintasantos esculpía con su navajilla ramas gordas y troncos de árboles. Hacía esculturas de la Virgen de Chilla, morteros, vasares, cucharas y tenedores de madera… y no recuerdo cuántas cosas más. Además labraba y dibujaba aquella noble madera como un gran artista que era. Estoy seguro que su obra permanece en las casas de Candeleda todavía.

De mi altar de recuerdos, he sacado una foto a una navaja candeledana  que conservo y cuido con culto y veneración. Es la navaja del abuelo. Es la última navaja de mi padre.