Largo
mes de aquel castigado estío cuyo final se tornó en eterna espera,
largas
noches escudriñando el cielo por ver si aún encontraba mi adorada estrella.
Fue
la varita mágica de un hada la que rasgó rauda el firmamento
sembrando un polvo de estrellas de
innumerables y plateados pigmentos.
De aquella estela reluciente apareció al fin
mi estrella,
y
sorprendido…no, son dos, no, son tres…
Tres
luceros del alba… Tres regalos del cielo…
Tres
corazones al viento que asisten mi caminar viejo, torpe y lento.
Y
así, aquel regalo llenó toda mi vida de alegrías y esperanzas.
¡Bendito
mes de aquel duro estío en el que el cielo
puso
a mi corazón, un broche con tres preciosas esmeraldas!
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