sábado, 5 de agosto de 2017

Lección taurina


Hoy es uno de esos fatales días en los que una noticia mala se solapa con otra peor. La vida se va cobrando su peaje en círculos cada vez más cercanos, de mi propia gente. Uno siempre ha tenido respeto a la vida y siempre ha creído que había que vivir, mirándola de reojo, sin quitar la mirada de encima, sin fiarse, aunque presumiendo de vivir sin miedo a ella. En el fondo, no es verdad.
Vivimos buscando encontrar felices emociones, pero se nos pasa la vida encontrando tragedias, falsedades, dificultades… tantas, que uno se siente impotente para luchar contra la vida. Es entonces cuando los sesudos, buscamos ayuda en los tratados que estudian la conducta en situaciones naturales. Es algo parecido a la etología en los animales. Los animales actúan en el medio con instintos heredados y no tanto con el aprendizaje que el hombre o los otros animales quieren imponerles. Saben cómo tienen que vivir.
Los comunicadores de nuestra sociedad del bienestar se preocupan desde hace tiempo de provocar emociones en el ser humano. Las emociones se venden caras, parece ser. Y no les importa que sean emociones amables precisamente. Vemos películas que matan a todo ser que se mueva con inventos atómicos y galácticos, que destruyen, que eliminan, que provocan a los elementos de la naturaleza y éstos, atacan a la humanidad en forma de tempestades, tsunamis, tornados, terremotos y todo tipo de catástrofes naturales.
Cuando la comunicación solo es informativa, unos y otros se ocupan de destrozar al oponente y entonces la comunicación es parcial o incluso tendenciosa. Apenas si es objetiva y por tanto, produce cierto malestar, es decir las informaciones provocan emociones nunca amables.
Así me encontraba yo, con esa fatalidad de sentir “la levedad del ser”, cuando me encontré por mi afición taurina un programa televisivo de toros y ahí recalé, tratando de esconderme entre mis aficiones al campo y al ganado. No en vano así me crie.
Otro pensamiento me venía cuando trataba de buscar razones para aquellos que no entienden que a mí me gusten los toros y me preguntan las razones de tal animalada. La gente moderna se va diferenciando mucho de los que tenemos canas en la cabeza y en el alma. Y yo ya no tengo ganas de buscar razones. Solamente viví, solos mi televisor y yo, un momento mágico que me conmovió. Paco Ureña en Valencia, vencedor de la feria a pesar de no haber cortado los máximos trofeos, porque el público taurino así lo quiso.
En un momento vi un torero, lleno de valor, de lucha, de ilusión, de esfuerzo, luchar contra la fiera vida representada por la fiereza de un toro alimaña. Paco Ureña es de esos toreros que le toca lidiar con las alimañas, como hay gente que tiene que luchar contra la vida una y otra vez, sin descanso. Hecha su faena y a la hora de entrar a matar, la fiera le cogió sufriendo el matador una contusión cerebral que le hizo perder el conocimiento y le rompió tres costillas, llevándole su cuadrilla a la enfermería.
El torero es un catedrático en etología, de otra manera no se podría poner delante de una fiera. Sabe domesticar a la fiera y no la rehúye. Y por otra parte nuestra sociedad le atribuye desde hace siglos, ser el mito de la valentía. El más valiente entre los valientes. Y así, Paco Ureña salió de la enfermería a recibir a su segundo toro, para lidiar la vida llena de terribles calamidades, sorteando las tarascadas con el plante elegante del torero, descalzo y plantando en el suelo su zaherida figura, pero firme ante la fiera. Con el dolor insufrible a cada movimiento producido por tres costillas rotas. Con la emoción del público que no podía abstraerse de aquella emoción desbordada, en una comunión del público y torero en una faena histórica en la que el torero lloró de emoción al vaciarse del todo su corazón. También los que le vimos nos emocionamos al participar de aquel momento mágico en el que un torero se sublima ante las dificultades y redimido por el dolor, alcanza la gloria.
El presidente, cosa que parece habitual, no le reconoció los máximos trofeos ante un público que protestaba de manera sentida aquella decisión. Paco Ureña, ni siquiera se lo demandó. Respetuoso con el presidente, le saludó cortésmente, se metió la oreja del astado entre el chaleco y su corazón, y descalzo y solo en la arena, dio la vuelta al ruedo más parsimoniosa, más emotiva y más gloriosa que jamás un torero puede dar y un aficionado puede jamás ver. La cara emoción a flor de piel, de un festejo que rozaba la gloria. El público presente y  el público de la retransmisión repetida, estuvimos igualmente emocionados.
Yo no sé si los tratados de conducta me enseñarán alguna manera de encarar la vida. Pero sí  el conocimiento de la etología de los toreros y su valentía ante la lidia me dieron una buena razón y una buena pista para poder con esta p… vida.  Paco Ureña me embargó de emoción… y compartí su lloro con su alegría contenida y una lección aprendida: ¡Tirar “palante” con valentía!,…entonces la vida puede ser emocionante.

domingo, 28 de mayo de 2017

Pío Baroja, Candeleda y el anarquismo


Leía yo que Pío Baroja, su hermano y Ciro Bayo, hicieron un viaje en los primeros años del siglo veinte, desde Madrid a Plasencia, pasando por Candeleda y Chilla. Naturalmente también por todo el Valle del Tiétar y La Vera. Fruto de éste viaje, en el libro de “La Dama Errante”, se recogen descripciones de estos parajes y de sus gentes. Es verdad que no se detiene en dibujar los paisajes en profundidad ni la zona, porque en realidad a Pío Baroja le interesaba hablar de la realidad de aquella España. Pero aquel integrante de la Generación del 98, al que Camilo José Cela le gustaba leer, pudo ser el primer escritor de renombre en dejar constancia en la literatura de un capítulo de Candeleda y de Chilla. Refleja con acidez la tipología de las gentes que se reúnen en Chilla de fiesta y es benévolo con el paisaje, al que no tiene más remedio que rendirse aunque muy de pasada. Se nota que conoció los caminos de subida a Chilla y los de  la Garganta de Chilla a Madrigal de la Vera.

Nuestro candeledano, que en paz descanse, Luís Figuerola Ferreti, hablaba de la impresión que le había causado a Pío Baroja los desagües de Poyales por sus calles. Pero lejos de ser un libro de viajes, La Dama Errante es un libro muy actual para estos tiempos modernos, sobre todo al hablar del “Anarquismo como sistema de crítica social”. Aunque el libro está escrito hace más de ciento diez años, como candeledano,  reconozco nuestra tierra y nuestras gentes y como español, revivo un panorama casi igual que igualmente reconozco.

Decía Pío Baroja, que el anarquismo era la forma actual del análisis y de la crítica. Y que los sistemas anarquistas o ácratas que propugnaban, no eran más que formas caprichosas y sin ningún valor, del socialismo utópico. Decía que en el pensamiento existían ideas o juicios propios e individuales y que naturalmente si no eran propios, eran adquiridos. Es decir, ideas y juicios prestados, impuestos, o aceptados por la inercia espiritual.

Las ideas adquiridas o prestadas eran reconocidas por temor, por utilidad o por costumbre. Sin embargo las ideas individuales eran propias, contrastadas por la razón, nacidas de una tendencia analítica contra el ambiente. Estas tendencias analíticas que generan conocimientos, son las que van conformando la filosofía, la crítica y la ciencia. Al descender esta tendencia analítica de las alturas de los hombres ilustres a la masa, es cuando habría nacido el anarquismo. No es por tanto el anarquismo la arbitraria concepción de una sociedad sin Estado, sino simplemente la crítica pura por la crítica pura.

El hombre que exponga sus ideas a contrastación, puede modificar sus ideales y modificar la noción de su pensamiento central. Ello lo puede hacer un filósofo, pero nunca un político porque la masa no sigue nunca la variación de sus puntos de vista por motivos intelectuales.

Sigue diciendo el libro que es natural y lógico, que toda persona joven, sana y honrada, sea rebelde, inmoral y ateo. Decía que todo hombre fuerte, inteligente y que estuviera en su sano juicio, tenía que ser un negador de las malas leyes y de las malas costumbres. Pero también decía que al pasar el tiempo sin poder luchar contra el medio social por la atonía de la falta de fuerzas y de ganas, se va terminando la rebeldía, se acepta entonces la moral que es como el listón o marca aceptada por todos y que no se puede pasar y por último, el ateísmo se cambia por la aceptación de la legitimidad de la religión. Es decir, la persona adquiere laxitud y fatiga.

Pío Baroja conocía la crítica de los que decían que el anarquismo era una necedad, una utopía ridícula y humanitaria, indigna de un investigador. Un hombre no es un astro entre otros astros. Cuando un individuo es fuerte, entonces su luz puede irradiar a otros hombres. Y conocía que había gente que opinaba que efectivamente podría venir la anarquía o la acracia algún día, pero que vendría de la cultura, de la democracia o de la debilidad. Vendría el día que los hombres elevados sean muchos y sus instintos sean débiles y nadie quiera mandar. Esa sería la acracia en un porvenir lejano, no en el momento actual que no tiene ese nivel cultural requerido.

¿Opinaba entonces Pío Baroja que el anarquismo era perjudicial? Pues no. Opinaba que había dos formas de andar en la vida española de entonces, una era el de la violencia, de la lucha individual contra la vieja moral, la religión y el honor que habían hecho ser al Estado solo un código que cumplir y a una policía para conseguirlo. Y otra, la de la nivelación de los hombres por el socialismo. La moral tenía que ser aquella que enseñara a los hombres individuales a la superación. Un individualismo no exento de disciplina ni de ley, pero que cambiara la ética contraria a los instintos naturales, por otra ética a favor de los instintos naturales. Pero Pío Baroja no podía señalar cual podía ser la ética natural. Desde luego no podía ser ni el elogio ni el vituperio, sino el análisis. Y solamente podía apuntar como norma, que la moral podía ser constituida por el principio de que todo lo que favorece la vida es bueno, todo lo que la dificulta es malo. Y aquí volvía a empezar la polémica cuando se preguntaba si la vida individual o si la vida colectiva. Si las civilizaciones o las razas proclives al derecho o proclives a la fuerza. Volvía de nuevo al…¡Han soñado los lobos que eran corderos! Es decir, la vida de los hombres que han soñado con la dulzura y la justicia, se nutre de violencia y de injusticia. Hay por tanto que aceptar la vida como es. Hay que vivir en la realidad por dura que sea y dejar a un lado la brutalidad nativa al hombre.

En cuanto a lo que se debía de hacer, ya no estoy tan seguro de la clarividencia de Pío Baroja. Si ante el salvajismo español de la época y el poco espíritu cívico y social, parecía entender que había que crear una oligarquía de aristocracia nueva, brutal, fuerte, áspera y violenta que perturbara a la sociedad y que cuando empezara a desaparecer el salvajismo, desapareciera. Así decía que había que echar al perro al monte para que se fortificara aunque se convirtiera en chacal. En aquella España solo había un patriotismo de Madrid, burocrático y falso; un regionalismo cursi y un provincialismo infecto; y luego, la barbarie natural de la raza, esto es lo español. La dureza de Pío Baroja seguía opinando que aquella España estaba empequeñecida queriendo vivir con aquellas leyes cuando tenía que ir contra aquellas leyes. Aquella situación solo era el caldo de cultivo para lo mediocre y el triunfo de la mediocridad que había convertido al español valiente y atrevido en un pobre diablo. La vida vegetativa solo sirve para colocarla en una vitrina, no para luchar. Así la vida española se había convertido en cursi y eran cursis los potentados, los aristócratas, los duques, los escritores, los políticos. Así lo cursi era el Congreso de los Diputados, las redacciones de los periódicos, los saloncillos de los teatros, el Ateneo… y las noticias. Así, por humildes y virtuosos, desde la familia real hasta el último mono en su miserable desdicha, no son más que unos conejillos mansos.

¿Qué hacer ante este panorama? ¿Cuál es la solución? Pío Baroja apunta en su libro que hay que vivir no a la defensiva o con estimulantes, sino que hay que tirar todas las medicinas por la ventana. Hay que vivir en el monte a pesar de la nieve. Hay que vivir con fe para superar la nieve y el calor cuando vengan, viviendo a la intemperie. Hay que tener fe en el hombre. Teniendo fe en el hombre, la violencia nos libraría del mal. Yo no soy capaz de discernir cual de esta ideas es de Pío Baroja o es que realmente se las hace decir a los personajes de sus libros, que es al fin y al cabo lo que la sociedad de aquella época pensaba. Por ello había gente que pensaba que se necesitaba fe en el hombre pero que no hacía falta violentar nada, sino que hacía falta muchos años para cambiar la sociedad.  En aquellos años se temía por la desaparición de España, pero ello no podía venir por el interés de Inglaterra, Francia o Alemania, y desde luego ello no era un peligro exterior sino interior. Estamos rodeados de escombros y hay que ver lo que sirve aquí y lo que no. Para hacer esta obra, hay que hacerlo con calma y echar a la calle todas las ideas y todos los sistemas posibles. Hay que coger entonces el socialismo como sistema crítico para la transmutación de los valores económicos, y el anarquismo como sistema crítico para la transformación de los valores morales y religiosos. ¿Y qué decir del anarquismo de la bomba?  Solo la idea destruye y solo la idea crea. La bomba es absurda como venganza y es absurda como medio de protesta. La vida es la razón suprema de nuestra existencia.

La novela de La Dama Errante se inspira en el atentado de la calle Mayor a Alfonso XIII en 1906. Resulta que el anarquista catalán Mateo Morral, autor del atentado, asistía de vez en cuando a las tertulias en las que Pío Baroja participaba. Tanto le conmocionó este hecho a Don Pío, que el resultado fue ésta novela. Así en la ficción, el Doctor Aracil vivía con su única hija, María, cuando conoció a Nino Brull, un anarquista catalán que fue el autor del atentado. Brull buscó refugio en casa del doctor y la policía le buscó en su casa. Por este motivo el Doctor Aracil se vio obligado a huir con su hija hacia Portugal con destino a Londres, pasando por los caminos del Valle del Tiétar y la Vera. Así llegó a Candeleda y a Chilla.

A éste humilde candeledano que escribe, enamorado de su tierra como está, le bulle la cabeza al amontonarse las preguntas y al solazarse miles de ideas que tendría para Don Pío Baroja. La casualidad quiso llevar a la Dama Errante a Candeleda y a Chilla, su Loca Sacra, el Santuario con el imponente hastial de Gredos. Le llevó al corazón de las Españas. Y describe con acidez a aquellas gentes que venían al anochecer a casa del santero y cantaban y bailaban. Gentes desdentadas y feas. Porqueros, cabreros, leñadores. Gentes sin ningún aprecio para los de la ciudad. Pero gentes herederos de una historia de miles de años con sangre vetona y celtíbera, romana y visigoda, árabe y bereber, judía y al fin, crisol de nuestra España. Fue el griego Eneas quien nombró a nuestra tierra como el “Corazón de las Españas”. Y fue Camilo José Cela quien dijo que por aquí, mejor o peor empezó España. Pero sigamos. Desde que Enrique III concede el privilegio de villazgo, se instituye el día de San Miguel para el cambio de alcalde de la villa y se queda como el día en se cambian de amo los criados. Pero ojo. Nuestros criados cabreros, no son criados cualesquiera. Disponen de la “excusa”. O como dirían los modernos, disponen de una participación en los medios de producción, cosa que han sido incapaces de conseguir para el obrero el comunismo y el socialismo. En Candeleda no se habla del derecho al trabajo. Trabajar puede trabajar cualquiera que quiera con la pródiga naturaleza que Dios nos dio. Existen los medieros que ponen su trabajo y el propietario que pone la finca y paga las semillas y los abonos. Lo que se habla es de que todo el mundo tiene derecho a un medio de vida que es un grado superior al simple derecho al trabajo. Y ello incluye el acceso a la propiedad, adquirida a través de su propio trabajo. Por lo tanto, aquellos desdentados a los que les gustaba reunirse para cantar y bailar, tienen costumbres superiores y  milenarias, heredadas de cientos de generaciones que les hacen vivir en paz y armonía. Tanto es así, que les gusta reunirse a cantar y a bailar y… a compartir. No hay por tanto socialismo como sentido crítico, porque no hay que transmutar ningún valor económico. En Candeleda los hombres estábamos nivelados. La separación entre obreros y patronos es algo de la revolución industrial. En Candeleda y en nuestros montes había amos y criados. Amos que antes fueron también criados y con una envidiable igualdad de oportunidades para quienes quisieran trabajar. En Candeleda tampoco había anarquismo como sentido crítico para la transformación de los valores morales y religiosos, porque la moral del respeto a nuestros mayores era más que suficiente para nuestra vida en paz y nuestros valores religiosos, sin duda, los candeledanos, los tenemos en Chilla.

Pero de aquella visita, ha transcurrido ya más de un siglo. Los tiempos modernos nos trajeron nuevas necesidades y nuestras gentes tuvieron que emigrar desde Candeleda a otros lugares a buscarse la vida y nos hemos convertido en obreros o en patronos al estilo de la vida moderna, en otros lugares. También vivimos con potentados cursis, políticos cursis, artistas cursis, periodistas cursis, con ideas y juicios prestados sin que ningún astro individual alumbre a los demás. Ahora tenemos crisis de vez en cuando que se llevan a seis millones de compatriotas al sufrimiento mientas otros viven sin problemas y lo que es peor sin conciencia crítica, dando lugar a la aparición de los populismos cursis, muy de la mano de la situación de España hace un siglo. Y para colmo el mismo sentimiento de ruptura de España, no desde fuera donde la marca España es cada vez mayor, sino desde dentro, donde el patriotismo burocrático y falso de unos compite con el regionalismo cursi y el provincialismo infecto de otros.

Y así las cosas, yo le digo a Pío Baroja, que ya no tengo ganas de hablar de “Podemos” ni de los “separatistas” ni de los “anarquistas” ni de los cursis que invaden todas las capas de nuestra sociedad del bienestar. Yo me vuelvo con mis desdentados a Chilla y le digo a Don Pío al son de mis maestros, entre ellos Don Juan Corral, que Candeleda es la tierra bendita que nos vio nacer. Que su diversa y agreste campiña es la más hermosa que se puede ver. Que tiene vegas y llanos feraces y la altiva sierra con el Almanzor. Tiene nieve eterna en las cumbres de Gredos, un lago en el valle y eterno verdor. Que por gargantas, arroyos y cauces, aguas cristalinas riman su canción, y, su riego fecunda los campos que dan fruto y flores al beso del sol. Candeleda, risueña y bonita, embrujo del alma, precioso jardín, con delirio tus hijos te adoran y quien te visita se prenda de ti. Contemplando tanta maravilla, la Virgen de Chilla se siente feliz y amorosa bendice a esta tierra, sonrisa del cielo, precioso jardín.

No es casualidad que La Dama Errante de Pío Baroja, recalara en Chilla.

sábado, 20 de mayo de 2017

Una noche de Mayo


La primavera llega a Córdoba allá por Semana Santa. Es una explosión de la Naturaleza y la región se transforma con las celebraciones religiosas más populares del mundo. Pero es el mes de Mayo el que retoma Córdoba con tintes cercanos a un paraíso. Hay que madrugar más que el sol para ver el clarear del día. Es el alba de Mayo. Indescriptible. Me gusta sentir el aire limpio y fresco en la cara, mirar al cielo de tintes de acuarelas azules que poco a poco se torna en intenso azulado, claro, nítido, sereno. Entonces los primeros rayos del sol se esparcen por las terrazas y se entremeten en las casas. El día vino ya.

El trabajo no da tregua a nadie independientemente del mes que sea. Pero en Córdoba en Mayo, los atardeceres perfumados invitan a salir a la calle y a las terrazas de los bares para compartir tu tiempo con los amigos y la familia. Ayer viernes, era un día de esos. Salí con muchísimos deseos de sentarme en una de las terrazas de la plaza y disfrutar de mis amigos y familia, dando serenidad al tiempo y sin ninguna gana de nada, solo quería disfrutar de la charla y de mi gente. Recibir los resultados de la visita al médico de mi hija pequeña. Pero mis nietos no me dieron ninguna tregua. Nada más sentarme, me pidieron ir a la Torre. Carlos, siete años, a jugar a la pelota. Pablo, tres años, a ver las palomas y a contar cosas de lo que sea, y Felisa, dos años, al rebufo de Pablo pero sin quedarse atrás en nada por ser la más pequeña. Tuve que proponer que me dejaran al menos diez minutos. Al menos bebería mi coca cola light. Pero entre que Carlos dejó un resto en la botella para él y entre que Pablo bebía al alimón directamente del vaso, los diez minutos se transformaron en tres. El insistente Carlos empezó a contar hasta sesenta y anotando en su mente cada minuto pasado, ante lo cual me convencí de que tenía que ir a la Torre ya. Y así lo hice. Cogido de la mano de los dos chicos y Carlos con su pelota en la mano y sin parar de hablar conmigo.

Inmediatamente me di cuenta que quería decirme algo y me dispuse a escucharle. ¿Abuelo, te digo una noticia triste? Carlos no podía mantener su silencio y me dispuse a escucharle. Me dijo que Silver había muerto y Pablo apostilló que se había ido al cielo. Paré la marcha y con mucha tristeza les mostré mi sentimiento. Sí que era una mala noticia. Claro que, habíamos dejado pasar toda semana hasta comunicarles a los niños el fatal desenlace. El veterinario no pudo por menos que resolver el problema de Silver, que fue un perro extraordinario. Lo hizo para evitar sufrimientos  innecesarios. Pero la semana venía con exámenes y no era cuestión de agravar la situación. Los niños solamente conocían que a Silver le habían llevado al veterinario y se había quedado hospitalizado en el hospital de los animales. Pero ayer recibieron la noticia de que Silver estaba muy malito y se había muerto. Carlos me comunicaba la noticia con lágrimas en los ojos. Traté de desviar la atención. Me ponía muy triste aquella noticia y me daba mucha pena, aunque… tal vez fuera lo mejor para Silver, porque todos sabíamos que su enfermedad le podía causar mucho sufrimiento y no queríamos nadie que Silver sufriera. Así que hablamos de otras cosas pero Carlos, insistía en hablar. Era un día pésimo para él. Pablo le había pegado y se volvía terco contra él por cualquier cosa. Una de las compañeras de clase, le había afeado algo. La pelota se nos metió debajo de un coche y tuvimos que trabajar para rescatarla. Carlos me contó seis o siete cosas que hacía del día de ayer, un día realmente aciago para Carlos. Yo le escuché. Carlos necesitaba de alguien que le escuchara. Apenas si pude decirle que entre los amigos y compañeros de clase había de todo. Buenos y malos. Pero que uno tenía que ser sobre todo un amigo leal. Por ejemplo si uno hace algo y el maestro pregunta quién ha sido… incluso si tú lo sabes, nunca debes decirlo. El buen amigo nunca delata aunque se sufra un castigo porque el autor de la fechoría no lo haya dicho. Entre patadas a la pelota me contaba cómo eran unos y cómo eran otros. Yo trataba de hacerle saber la suerte que tenía, como por ejemplo que mamá y papá estaban con él. Pero me di cuenta que no eran mis razones que podían ser miles, las que necesitaba Carlos. Solo necesitaba que le escuchara su abuelo. Y así lo hice. Y así le quise. Y él me lo devolvió cuando al fin de la noche se despidió de mí. No bastaba con una despedida, hicieron falta más de un beso.

A la vuelta de la Torre retomé mi asiento y me uní a la reunión familiar, de los mayores. Allí se habla de las cosas de mayores. Muchas veces se necesita que a uno le escuche alguien y si es la familia, mejor, de manera que allí se hace muchas veces una terapia familiar. Pero no puedo recordar nada de lo que anoche se habló allí. Solo pensaba que también los niños necesitan que alguien les escuche. Pensaba que los mayores hemos asumido el rol de educadores y solo nos dirigimos a los niños para decirles lo que hay que hacer y cómo hay que hacerlo. Tenemos esa responsabilidad. Es cierto. Pero ahora que soy abuelo, he abandonado un poco esa responsabilidad y me he puesto a escuchar un poco más. Hay juegos, muchos juegos. Cuentos e imaginación, mucha imaginación. Tanta que a veces uno no regresaría al mundo real jamás. Pero a veces hay sensibilidad tierna y pura. La de un niño de siete años. Solo hay que escuchar. Y la fragancia del amor fluye en su alma apenada e inunda el pecho del abuelo que sentado en un banco de la Torre, viaja por el cielo visitando las estrellas titilantes. ¿Es acaso eso una suerte de felicidad?

Despedí una noche perfumada del Mayo cordobés, con un profundo sentimiento de amor a mis nietos. Ellos necesitan que también se les escuche. Charlas, muchas charlas. Carlos ayer me necesitaba y estuve con él. No podía recordar de lo que hablaron los mayores. Yo me dormí con el amor del perfume de mis nietos.

Si supierais lo que os quiere el abuelo…

sábado, 4 de febrero de 2017

Cordón franciscano de la calle del Pozo. Cosas candeledanas.


Tantas veces entré a la casa de mi amigo Miguel Ángel en la calle del Pozo que la fachada me pareció siempre familiar y muy normal. No advertí jamás que aquel cordón franciscano, era el símbolo de que  aquella casa había sido habitada por la orden de San Francisco. La portada adintelada con el cordón franciscano como elemento decorativo, es un símbolo que representa a la Orden Franciscana fundada por San Francisco de Asís en 1209. Muchos edificios de España, dependientes o vinculados con esta orden religiosa guardan este símbolo en su ornamentación externa o interna. Los franciscanos llevan atado, al sayal que tienen como hábito, un cinturón con tres o cinco nudos. Los tres nudos significan los tres votos de pobreza, obediencia y castidad. Los cinco nudos representan los estigmas de Jesucristo por la crucifixión. El cardenal Cisneros, que era franciscano, solía poner el cordón en los edificios que él amparaba.

Es posible que el Arzobispo de Toledo, Primado de España y Canciller Mayor de Castilla, cargos todos ellos del cardenal Cisneros,  tuviera relación con la hija de los duques de Maqueda, doña María Enríquez de Cárdenas. Doña María pertenecía a uno de los linajes más señeros del siglo XV y XVI y se distinguió por ser la promotora de la construcción de grandes obras en sus villas. Hay que decir que su marido era el tercer Señor de Candeleda. Y hay que decir que en ésta época se reformó la iglesia de Candeleda a su configuración actual y se construyó el edificio del Hospital y también se construyó el Rollo símbolo de la justicia en la villa. De esta época data el cáliz de la iglesia de Candeleda, datado entre 1500-1522.

El tercer señor de Candeleda era,  Francisco de Zúñiga y Avellaneda y Velasco, 3er Conde de Miranda del Castañar, Grande de España, 12º señor de Avellaneda, 3º señor de La Puebla y Candeleda, virrey de Navarra y caballero del Toisón de Oro. El palacio de los Zúñigas estaba en Valladolid y el palacio de los Avellaneda estaba en Peñaranda de Duero. También en Peñaranda construyeron la Colegiata de Santa Ana y el Hospital de la Piedad para ayudar a los pobres necesitados de Peñaranda y su comarca. Pero esta importante familia vivía alrededor de la corte y se movía con ella. El señor de Candeleda  con su suegro el Duque de Maqueda, fueron a Fuenterrabía a recibir a la Princesa Juana y a su marido Felipe el Hermoso y servían al rey de España en innumerables misiones de confianza.

Candeleda tenía entonces 1500 habitantes y una numerosa población de origen judío con su aljama y el señor de Candeleda era una de las veinticinco grandezas de España, creadas por Carlos I y miembro del Consejo de Estado.

Por aquella época, el Prior del Monasterio de San Agustín de Toledo, era Fray Francisco de Candeleda. Parece ser que ejerció el cargo desde 1509 hasta 1518. Lo conocemos porque Fray Alonso de Ávila le confirmó la profesión el 12 de marzo de 1512 en el Monasterio de San Agustín de Salamanca. Estos hechos pretenden relacionar de alguna manera a Candeleda con el cardenal Cisneros y tendríamos así la razón del cordón franciscano en el dintel de la casa de mi amigo Miguel en la calle del Pozo.

Otras órdenes religiosas antes o después tuvieron relación con Candeleda. Tal es el caso de Alonso de Candeleda, criado del Inquisidor Tomás de Torquemada, dominico, cuando era Prior del Convento de Santa Cruz el Real de Segovia en el último tercio del siglo XV.

También el franciscano sacerdote Juan de Candeleda, parte para Filipinas el 22 de marzo de 1653 junto con otros 28 religiosos procedentes de los franciscanos descalzos del convento de Priego. Otro Alonso de Candeleda, franciscano, parte el 30 de junio de 1673 para Filipinas con 36 compañeros más, casi todos sacerdotes. ¿Podrían ser éstos misioneros franciscanos la razón del cordón adintelado? Podrían ser, pero tampoco tenemos evidencias.

De aquella época, el misionero en Filipinas más famoso fue Fray Hipólito de San Agustín, pues fue un misionero cautivo.

Los vecinos de Candeleda Juan de Frías Arionaz y Ana Gómez, eran una familia muy estimada en Candeleda  y en la comarca porque además de su limpieza de sangre, eran gente de una posición desahogada que ayudaban a los pobres, repartían limosnas y tenían una intachable conducta. A sus hijos les educaron en la piedad y en el temor de Dios. Tenían un hermano en el Real Monasterio del Escorial, de la Orden de los Jerónimos, de manera que allí enviaban a sus hijos. Uno de ellos, el mayor era Juan de San Agustín (Candeleda 1701- El Escorial 1745), llegó al Escorial siendo niño y allí se dedicó a la música, tocando el “bajón” muchos años, apareciendo en el catálogo de monjes músicos de El Escorial. Hipólito entró con una beca en el Monasterio para ser religioso de la Orden de los Jerónimos, de la mano de su tío y de su hermano y tras estudiar tres años de filosofía y a pesar de su valía, fue desestimado para tomar los hábitos porque no podía haber en la comunidad tres parientes consanguíneos, de forma que le aconsejaron ir a otro monasterio Jerónimo en Murcia. Perplejos por la decisión, su mismo tío le aconsejó tomar los hábitos en otra orden religiosa y continuar así la vida religiosa. Así solicitó dispensa e ingresó en el noviciado de los agustinos en Madrid. En 1721 tomó los hábitos. Continuó en Maqueda ampliando estudios y allí fue reclutado para misionero en Filipinas, partiendo desde Cádiz el 5 de Julio de 1725 para Filipinas. En la escala obligada de Méjico, cantó su primera misa al ordenarse allí sacerdote. En Julio de 1726 salió para Manila. Fue destinado al Convento de San José de Romblón donde aprendió el idioma nativo bisaya. En el Capítulo de 1728 y debido a su buena fama fue nombrado Prior del Convento y Ministerio de Cagayán en la isla de Mindanao. En el Capítulo de 1731 fue nombrado Procurador General de la Provincia. En 1734 es reclamado por sus fieles y vuelve como Prior a su Convento de Cagayán donde creció su fama entre creyentes y no creyentes, los cuáles venían a hablar con él desde las montañas. Tanto es así que los moros de la Laguna de Malanao le pedían que les diera servicio, a lo que se oponían los jesuitas por corresponderles a ellos, a pesar de que los nativos solo querían a los agustinos. Esta polémica duró hasta 1737 en que hubo un pacto de las autoridades.

La fama del padre Hipólito creció entre los nativos que le tenían en gran estima. Así se hizo pariente de los principales jefes infieles mediante el sardugo, que era una especie de hermanamiento de sangre, pues se pinchaban el pecho y se intercambiaban la sangre. Esta unión de fuertes lazos de amistad hacía posible que los nativos bajaran a Cagayán para hablar con Hipólito de todo cuanto podían tener necesidad. Al fin le permitieron llevar a la región de Botinai y Lobo, que era la tierra de estos moros, una misión. Pero tenía que ir él mismo. El Capítulo provincial de 1740 se celebró en Manila y allí tuvo que ir el candeledano Hipólito. Fue nombrado un cargo y además pidió autorización para establecer la misión de acuerdo con la petición de los nativos. Concedida la autorización Hipólito partió en barco para su nueva misión cuando le salieron tres barcos que se dedicaban al corso y les abordaron. Todos salieron huyendo a la playa y de allí a esconderse en los  montes, pero Hipólito estaba con fiebre y desfallecido, de manera que a pesar de haber llegado a la playa ayudado por su criado nativo Ambrosio, permaneció allí hasta que le apresaron los moros que le llevaron con una soga al cuello prisionero. En aquella cautividad se encontró con otros cristianos cautivos que conocía de aquellas tierras. También su criado Ambrosio se entregó voluntariamente para estar con él.

Los moros se llevaron a los cautivos en barco en una penosa travesía, en la que apenas les daban agua y apenas comida. Les daban unos palos de cañas para comer o para engañar la comida. Viajaba en un hueco inmundo rodeado de otros cautivos, con muy poca salubridad. Sin embargo Hipólito trató de ayudar todo lo que pudo sobre todo haciendo labores de médico, gracias a sus conocimientos adquiridos, a todo el que lo necesitaba. Se unieron otros barcos de moros a la expedición que se burlaron de los cautivos apresados y continuaron el penoso viaje dirigiéndose al lugar de los moros tirones. El jefe de la tribu de los joloes al ver al padre Hipólito quiso comprárselo a los moros tirones, pero estos no accedieron. Yalve, así se llamaba el jefe de los joloes, como no pudo convencer a los moros tirones, sacó como una daga, cortó la soga de Hipólito y lo lanzó al agua al tiempo que se lanzó tras él. A nado llegaron a la orilla de la playa, que era tierra de los joloes donde no podía entrar los moros tirones. Los moros tirones eran de los más despreciables. Solo se reunían para robar y para hacer cautivos, practicaban la poligamia y algunos eran antropófagos. Sin embargo los joloes dieron de comer a Hipólito y le recuperaron con atenciones. Pronto llevaron a Hipólito a una isla de Jolo llamada Siboto donde había muchos cautivos cristianos. De allí pasó de una isla a otra hasta llegar a la isla de Jolo a la presencia del Sultán de Jolo. Fue atendido y alimentado y llamado para tratar de su rescate, por el que pidió seiscientos pesos. Eran trescientos el precio del rescate de otros priores anteriores pero el sultán no admitía otro precio. Le propuso a Hipólito quedarse allí en Jolo y que se casase o que se quedase de maestro. Él mismo aprendería lengua española. Para ello le daba una zona donde antes había habido una iglesia y le autorizaba a atender a los cautivos cristianos y a bautizar a los infieles que quisieran hacerlo. Pero Hipólito no aceptó. Hubo ofertas  por Hipólito al sultán que llegaron hasta diez mil pesos y como no se fiaba, mantuvo preso en una casa a Hipólito, pero bien cuidado en lo posible. La fama de Hipólito se agrandaba sobre todo cuando curó a la segunda reina de una enfermedad. Pero seguía estando preso y cautivo, elevando el rescate a doce mil pesos. Cuando se enteraron los españoles de Zamboanga, que conocían al padre Hipólito, desplegaron la diplomacia para convencer al sultán. Todavía duró el cautiverio hasta el mes de octubre en que se resolvió pagando doscientos pesos y una escritura de compromiso de pago hasta los doce mil pedidos por el sultán. Hipólito regresó a Zamboanga y de allí a Manila, donde pudo celebrar misas de acción de gracias. El Sultán de Jolo fue en visita oficial a Zamboanga y allí fue convencido a perdonar once mil pesos, por lo que le fueron pagados ochocientos que restaban del rescate de Hipólito.

 Mientras estuvo en Manila, los fieles e infieles de Cagayán solicitaron del padre Hipólito que creara una misión en los montes, cosa a la que fue autorizado y a ello se dedicó con entusiasmo hasta que en 1743 fue llamado al Capítulo Provincial de nuevo, despidiéndose de sus fieles con mucho sentimiento.  Efectivamente fue nombrado Procurador General de la Provincia y un poco más tarde,  Presidente del Hospicio de Méjico. Salió en barco para Méjico pero después de seis meses de calamidades, regresó la embarcación a Manila sin haber podido llegar a Méjico.

En el Capítulo de 1744, fue nombrado Vicario Prior de Cuyo donde estuvo hasta 1746. No le fue bien la estancia por el grado de corrupción que había y regresó muy calumniado,  enfermo y demacrado a Manila. Comprendió que iba a morir y tras pedir perdón a quienes pudiera haber hecho algún mal, recibió todos los sacramentos y murió el 12 de Julio de 1746, a la edad de cuarenta y tres años. Murió el candeledano Hipólito en Manila, siendo un completísimo religioso, envidiado por sus virtudes y muy celoso de las almas. Así lo resume su biógrafo.

Pensaba yo en lo curioso de este relato, cuando solo pretendía hablar del cordón franciscano de la casa de mi amigo Miguel Angel, en la calle del Pozo. ¿Quién me iba a decir a mí que tras este detalle podría haber tanta historia oculta de mi pueblo? Y así, pensando… pensaba en lo apasionante que puede llegar a ser la historia.

domingo, 29 de enero de 2017

Recuerdos de El Palancar, a la vera de Chilla.


Me encantaba ver aquel cielo estrellado. Apenas teníamos seis o siete años, pero no puedo olvidar aquel cielo estrellado del Palancar, aquel paraje justo debajo de Chilla. Los niños dormíamos al sereno mientras los mayores se reunían cada noche en tertulias interminables. Los aparejos de las bestias se echaban al suelo, junto a una de las paredes de la casa. Una almohada y las mantas completaban el lugar para el descanso. Así, embozados entre mantas y buscando con la cara la suavidad de la almohada, sentíamos en la otra mejilla la caricia del frescor de la noche,  mientras nos dormíamos contemplando el dulce titilar de las estrellas. Los aullidos de los perros y quién sabe si de los lobos, nos acompañaban hasta la madrugada. Nos levantábamos con el alba. Cuando los primeros rayos oteaban los montes de la Raya. Entonces era cuando la vieja nos daba las noticias. Esta noche una zorra estuvo en el gallinero y  mató tres gallinas. Un caldero de patatas y sopas colgaba de las llares sobre un pequeño fuego que había junto a otra de las paredes de la casa. Era un pequeño patio cocina, cubierto por un sombrajo de ramas de robles. Junto a las brasas, un pequeño puchero de loza hacía el café de achicoria para los niños. Los mayores comían del caldero común, mientras los niños migábamos un tacique de pan en un vaso con café y azúcar. Posos. Recuerdo el café con muchos posos. Pero no lo recuerdo malo. Terminábamos de quitarnos las legañas en el venero y a partir de entonces, el día era nuestro.
De la cola de los caballos cogíamos largos y fuertes pelos con los que hacíamos lazos para coger mirlos. Poníamos los lazos entre la maleza junto a la charca, para cazar los pájaros cuando se acercaban a beber. La fruta de los árboles era más buena por la mañana, de manera que cogíamos la fruta que queríamos. Después deambulábamos por el campo y subíamos a los árboles vigilando los huevos de los nidos. Siempre había alguna tarea que hacer encomendada por los mayores. Solía consistir en llevar algo a otra finca cercana. En ir y venir, empleábamos nuestro tiempo. Al cruzar la garganta por la altura del puente, nos encantaba bañarnos en el charco bajo el arco. No teníamos bañador ni toallas. Aprendimos a secarnos abrazando las grandes piedras de granito soleadas que absorbían la humedad al momento. Tras el agua helada, recuerdo la sensación tan agradable sobre la piel, de aquellas piedras calientes. Continuábamos nuestro camino con la sensación de libertad más hermosa a la que un adulto jamás podrá aspirar a tener. De vuelta a la casa nos esperaba la comida. En una mano un tacique de pan, en la otra una cuchara. Recuerdo que alguno de los mayores, en vez de pan, tenían en la mano un trozo de cebolla porque era costumbre comer cebolla cuando escaseaba el pan. El caldero se ponía en el centro de todos y puesto encima de una banqueta. No había sillas ni mesas. Nos sentábamos en piedras o poyetes o en pequeñas banquetas. Recuerdo la consigna. Quién más pueda, que más apriete. Después de comer, en tiempo de trilla, los mayores solían dejarnos trillar en la era solos. Entonces disfrutábamos subidos en el trillo conduciendo las bestias con el ramal en una mano y en la otra, la tralla. Caídas en la parva, risas, mareos, esperas de turnos… hasta el relevo de los mayores.
El sonido de las cencerras era cada vez más cercano. Mis amigos conocían por aquel sonido las piaras, de manera que íbamos a ver a Marcelino, o a Segu, o a Garralías. Nos encantaba subir aquellos montes y esperar subidos en los pedruscos la llegada de la piara. El cabrero nos ofrecía una cuerna de leche mientras jugábamos con los cabritillos y con los perros. Algunas veces no acudían al lugar porque se habían retrasado y a nosotros nos cogía la puesta de sol en la espera fallida. La puesta de sol era mágica en aquellas montañas pero sin duda era la señal para salir corriendo a la casa. Tras ir al gallinero por los huevos, nos esperaban las sopas de tomate para cenar. Humildes sopas y sin embargo, excelsas. Rendidos al fin, echábamos de nuevo al suelo los aparejos de las bestias, la almohada y las mantas. Y ya solo recuerdo las historias de los mayores, que dándose tabaco, hablaban y hablaban hasta quedarnos dormidos los niños.
De todas aquellas historias, recuerdo una que contaba el “tió” Perico el Tuno, cuando venía de visita algunas noches. Decía que se la había enseñado su abuelo. Y al abuelo se la había enseñado su otro abuelo. Y a éste su otro abuelo y así decía el “tió” Perico, cienes y cienes de años. Decía que tenían un libro que se terminó perdiendo y que tenía muchas canciones. Era un libro que había pedido guardarlo uno de aquellos moros que subían a ver las montañas en la antigüedad.  Le gustaba mucho una de las canciones que era la que contaba siempre. O tal vez era de la única que se acordaba. Decían también, que la tía Juana la Amacea sabía muchas letanías que curaban a la gente. Por eso iban a verla para la curación de muchos males la gente del lugar. Hablaban y hablaban… Alguno pedía al “tió” Perico que dijera aquellos cantares que en realidad no cantaba, sino que decía… Entonces  el “tió” Perico se levantaba  del grupo y distanciándose unos metros, miraba al cielo estrellado mientras exclamaba en alto algo así: “Yo soy el pastor de todas estas estrellas, astros y planetas. Todas están a mi cargo y yo las apacento. Las estrellas en la noche son fuegos de amor que alumbran las tinieblas de las mentes. Y yo soy el guardia del jardín verde oscuro del firmamento. El “tió” Narciso plantó las altas hierbas en el firmamento y el “tió” Tolomeo sabe que soy yo el pastor de los astros.”
Sin lugar a duda la tradición oral era aquella. Los hombres se contaban todo tipo de historias que habían oído de sus mayores. Y siempre contaban las mismas historias. Cuando el “tió” Perico recitaba estas cosas, siempre era muy jaleado. Les parecía que eran cantares muy difíciles de decir. O tal vez era la pose y el recitar en voz alta. Tal vez lo fuera. Lo que sí recuerdo son algunas de las explicaciones que venían después. Parece ser que muy en la antigüedad, venían a la Peña Caballera a ver las estrellas, los moros de Toledo. Y siempre las mismas preguntas…¿Es que en Toledo no hay estrellas?... ¡Pues mira que venir aquí y encima subir a la Peña Caballera que está a tres horas subiendo, de aquí! Pero eso era lo que había y nadie lo podía entender. Ni yo tampoco lo entendí jamás. La vieja contaba que en la majá de la Galana estuvieron viviendo su amor la mora Zaida y un rey Alfonso que tenía la mano mala. Y entre historias e historias… y el grácil titileo de las estrellas, entrábamos en un profundo sueño.
No puedo tener más que recuerdos agradables de entonces. A veces pienso que son recuerdos de lujo, si se pudieran calificar los recuerdos.
Pasaron muchos años cuando me enteré de la existencia de la ciudad andalusí de Vascos, un poco más allá de Oropesa. Efectivamente nuestras montañas estaban llenas de bereberes trashumantes, mozárabes o hispano-godos que eran la población autóctona, muladíes que eran los hispano-godos que se habían convertido al islam… Luego las historia de moros en nuestras montañas no deberían ser extrañas… Así pensaba yo mientras la curiosidad me embargaba.
Hace unos años, yo ya en Córdoba, se celebró un simposio sobre “El Collar de la Paloma”, que es el tratado de amor más famoso del mundo musulmán, escrito por un cordobés de hace nueve o diez siglos llamado Ibn Hazm de Córdoba. Tuve la ocasión de leerlo y de entre todos los versos, uno me sonaba :
Pastor soy de estrellas, como si estuviera a mi cargo
apacentar todos los astros fijos y planetas.
Las estrellas en la noche son el símbolo
de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente.
Parece que soy el guarda de este jardín verde oscuro del firmamento,
cuyas altas yerbas están bordadas de narcisos.
Si Tolomeo viviera, reconocería que soy
el más docto de los hombres en espiar el curso de los astros.

¡No me lo podía creer! ¡Era la canción del “tió” Perico el Tuno. ¿Pero cómo podía ser aquello? ¡Un verso del Collar de la Paloma en la boca del “tió” Perico!
Había que retroceder nueve o diez siglos, así que me puse a leer y a investigar. Yo sabía que las montañas de Gredos, siempre fueron acogedoras y mágicas. Desde tiempos remotos acogieron a los moradores de nuestra querida España en nuestros castros y nuestros ancestros vivieron a cubierto de todas las épocas azarosas. Incluso se tiene conocimiento de la existencia escrita del primer rey de la historia de España. Pero nada más. Nuestra tierra vivió siempre en paz y sus gentes gozaron de sus ganados y cosechas en cantidad suficiente para vivir. Tal vez los bereberes trashumantes, los mozárabes y muladíes, fueran los moradores esos siglos atrás. Era lo más lógico. Nos situamos en el siglo XI. Para mí era un punto creíble de partida la fecha en la que se escribió “El Collar de la Paloma”.
Ibn Hazm, tuvo que vivir una época muy convulsa de aquella Córdoba en la que se estaba terminando aquel famoso Califato. Fue detenido preso y sufrió el destierro. Aquel insigne filósofo, teólogo, historiador, narrador y poeta andalusí, junto con Averroes y Maimónides proclamó la virtud de la tolerancia y en sus ochenta mil folios escritos, escribió innumerables historias literarias a la vez que exaltaba los valores culturales de Al-Ándalus.
En 1031, terminó desapareciendo el Califato de Córdoba y en nuestra zona, el visir de Toledo, Al-Zafir, se declaró independiente. Toledo era entonces la taifa más grande del territorio de Al-Ándalus. Su hijo Al-Mamun, gobernó Toledo hasta 1075 y consiguió que la taifa consiguiera el mayor desarrollo hasta entonces conocido en las artes y en las ciencias. Pero ello no fue a cualquier precio pues los reyes castellanos ya se estaban acercando conquistando ciudades a las puertas de la taifa de Toledo. Así el rey Fernando I de Castilla, en 1055 conquistó Alcalá de Henares. Al-Mamun negoció con el rey una sumisión y reconocimiento a cambio de un tributo de Parias. En contrapartida, respetaría Toledo. El gran valedor de aquel vasallaje era el hijo menor del rey, a la postre, Alfonso VI de Castilla.
¿Pero qué tenía que ver todo esto con El Collar de la Paloma? Esta era una tarea de investigación imposible. ¿Cómo casar al “tió” Perico con todo esto? ¿Pero es que nuestros cabreros y moradores de Gredos no tienen historia? Yo me preguntaba y me respondía que, evidentemente sí. Nuestros ancestros tenían una historia muy importante, aunque jamás la conocimos, porque jamás fue escrita. Solo teníamos retazos de tradición oral.
Casi por casualidad descubrí que Ibn Hazm, tuvo un alumno llamado Ibn Said de Toledo. Said al-Andalusí fue cadí de Toledo en tiempos de Al-Mamun y desarrolló un importante mecenazgo en la ciudad de Toledo. Reunió en torno a él el grupo que se conoce como los doce sabios. Apoyó a Abencenif en sus estudios sobre agricultura y farmacología y apoyó a  Azarquiel en su proyecto de componer unas nuevas tablas astronómicas, contribuyendo de manera decisiva a la elaboración de las famosas tablas toledanas.  Azarquiel construyó instrumentos científicos de precisión como astrolabios, llamado la “azafea”.
¿Azafea, amacea, farmacología?...¿Qué me pasaba por la cabeza?...
Ibn Said escribió tres obras que hoy se encuentran perdidas. Una relativa a las religiones y a las sectas. Otra relativa a la historia de los pueblos árabes y no árabes. Y otra relativa a la “Corrección del movimiento de los astros” basándose en las mediciones llevadas a cabo con la azafea de Azarquiel.
¿Serían Ibn Said y Azarquiel los que subían a la Peña Caballera con el astrolabio llamado azafea?
Aquella taifa de Toledo consiguió en aquellos años ser el centro del mundo del desarrollo de las artes y de las ciencias pero todo tiene su fin. Al morir el rey de Castilla sus tres hijos se enfrentaron en una guerra de sucesión. Fernando I de Castilla y su mujer Sancha de León tuvieron como hijos a Sancho II de Castilla, Fernando de Galicia y a Alfonso VI de León. Alfonso era el menor y era el valedor de Al-Mamun de Toledo con el tributo de Parias. Gracias a estas buenas relaciones en 1073 huyó exiliado a Toledo junto a su amigo y confidente el Conde Ansúrez, donde fueron acogidos de corazón en la corte, ofreciéndoles como residencia el palacio de Galiana. Alfonso se dedicó a hablar con los sabios, a pasear, a cazar. Tenía una vida regalada y como agradecimiento invitó al gran Al-Mamun y a sus consejeros a comer en la Galiana. Después de la comida hablaban los musulmanes entre ellos en el sopor de la siesta, buscando el frescor de las terrazas, de la preocupación de Al-Mamun por las debilidades de la fortaleza de Toledo. Unos decían que era inexpugnable. Otros que ni en siete años de interrupción de suministros era posible conquistar Toledo. Pero el rey conocía la debilidad que le preocupaba. Alfonso se acercó al lugar donde susurraban para oír lo que decían y simuló que dormía la siesta entre los matorrales. Pero fue advertido por uno de los consejeros y para comprobar si había oído algo de la conversación, el rey mandó traer plomo fundido que acercó a la mano extendida de Alfonso, dormido en el césped. Pero Alfonso solo se inmutó cuando sintió el plomo en la mano, haciendo saber así que no había oído los secretos de la debilidad de Toledo.
Años más tarde, cuando Toledo fue conquistada por la puerta del este, se cambió su nombre por Puerta de la Mano Horadada.
El bravo Alfonso protagonizó una de las historias más bonitas de amor de aquella azarosa época con la mora Zaida, hija del rey de Sevilla. No se podía ver bien aquella relación y por ello la hermosa Zaira, de belleza sin igual y prometida con el rey con apenas doce años, tuvo que esperar su oportunidad. El rey la tomó por esposa por interés al entrar en la dote, grandes ciudades de Castilla. Pero quedó prendado de su hermosura cuando Zaida vino en embajada a pedir ayuda para el rey de Sevilla. Fue entonces cuando quedó bajo su protección y más tarde, al abrazar la fe, se unió en matrimonio y fue reina de Castilla con el nombre de Isabel.
¿Era esta pareja la de la majada de la Galana o era otra pareja entre noble cristiano y mora?
Aquel día iba yo montado en el burro y la tía Mercedes iba andando por la trocha, camino del Palancar. En las aguaderas llevábamos siete panes recientes, un saco de sal para las cabras y el queso y poco más. Yo no tenía más que seis o siete años. No me puedo acordar de más. Ella me dejó solo porque tenía que hacer algo en casa de alguien. Yo desconocía el camino pero el burro sí lo conocía. Sentí que nunca iba solo y que mil miradas podían divisarme desde lejos. Me cuidaban mis antepasados del lugar. Mil almas que vivieron allí se mantenían vivas impegnando las piedras, los árboles, las casas, los arroyos... Los bichitos de luz iban encendiéndose a mi paso. El burro no se paraba, como si tuviera prisa en llegar. Después de media hora de andar entre trochas, caminos y veredas y atravesar dos arroyos, llegamos a la casa donde me esperaban mis amigos, al anochecer.  Bendita Sierra de Gredos, qué recuerdos de inefable felicidad. 
¿Dónde se escribió la historia de nuestra gente? ¿Quiénes podrían ser nuestros antepasados?
Aquella noche el titilar de las estrellas fue muy animado. Todas las estrellas querían hablar de amores. Era necesario que el pastor de ellas, el “tió” Perico llegara a apacentarlas. Después de tantos años comprendí que el cielo tan estrellado de Candeleda no es una casualidad. Es la consecuencia de tantos fuegos de amor habidos en mi tierra en el curso de su historia. Porque es una historia rica de hombres y razas venidas de todas las partes del mundo que allí acrisolaron su vida dando origen a bellas historias de amor y vida.
Y la brisa de la noche nos traía el olor de la yerbabuena, del tomillo y del romero.