sábado, 4 de febrero de 2017

Cordón franciscano de la calle del Pozo. Cosas candeledanas.


Tantas veces entré a la casa de mi amigo Miguel Ángel en la calle del Pozo que la fachada me pareció siempre familiar y muy normal. No advertí jamás que aquel cordón franciscano, era el símbolo de que  aquella casa había sido habitada por la orden de San Francisco. La portada adintelada con el cordón franciscano como elemento decorativo, es un símbolo que representa a la Orden Franciscana fundada por San Francisco de Asís en 1209. Muchos edificios de España, dependientes o vinculados con esta orden religiosa guardan este símbolo en su ornamentación externa o interna. Los franciscanos llevan atado, al sayal que tienen como hábito, un cinturón con tres o cinco nudos. Los tres nudos significan los tres votos de pobreza, obediencia y castidad. Los cinco nudos representan los estigmas de Jesucristo por la crucifixión. El cardenal Cisneros, que era franciscano, solía poner el cordón en los edificios que él amparaba.

Es posible que el Arzobispo de Toledo, Primado de España y Canciller Mayor de Castilla, cargos todos ellos del cardenal Cisneros,  tuviera relación con la hija de los duques de Maqueda, doña María Enríquez de Cárdenas. Doña María pertenecía a uno de los linajes más señeros del siglo XV y XVI y se distinguió por ser la promotora de la construcción de grandes obras en sus villas. Hay que decir que su marido era el tercer Señor de Candeleda. Y hay que decir que en ésta época se reformó la iglesia de Candeleda a su configuración actual y se construyó el edificio del Hospital y también se construyó el Rollo símbolo de la justicia en la villa. De esta época data el cáliz de la iglesia de Candeleda, datado entre 1500-1522.

El tercer señor de Candeleda era,  Francisco de Zúñiga y Avellaneda y Velasco, 3er Conde de Miranda del Castañar, Grande de España, 12º señor de Avellaneda, 3º señor de La Puebla y Candeleda, virrey de Navarra y caballero del Toisón de Oro. El palacio de los Zúñigas estaba en Valladolid y el palacio de los Avellaneda estaba en Peñaranda de Duero. También en Peñaranda construyeron la Colegiata de Santa Ana y el Hospital de la Piedad para ayudar a los pobres necesitados de Peñaranda y su comarca. Pero esta importante familia vivía alrededor de la corte y se movía con ella. El señor de Candeleda  con su suegro el Duque de Maqueda, fueron a Fuenterrabía a recibir a la Princesa Juana y a su marido Felipe el Hermoso y servían al rey de España en innumerables misiones de confianza.

Candeleda tenía entonces 1500 habitantes y una numerosa población de origen judío con su aljama y el señor de Candeleda era una de las veinticinco grandezas de España, creadas por Carlos I y miembro del Consejo de Estado.

Por aquella época, el Prior del Monasterio de San Agustín de Toledo, era Fray Francisco de Candeleda. Parece ser que ejerció el cargo desde 1509 hasta 1518. Lo conocemos porque Fray Alonso de Ávila le confirmó la profesión el 12 de marzo de 1512 en el Monasterio de San Agustín de Salamanca. Estos hechos pretenden relacionar de alguna manera a Candeleda con el cardenal Cisneros y tendríamos así la razón del cordón franciscano en el dintel de la casa de mi amigo Miguel en la calle del Pozo.

Otras órdenes religiosas antes o después tuvieron relación con Candeleda. Tal es el caso de Alonso de Candeleda, criado del Inquisidor Tomás de Torquemada, dominico, cuando era Prior del Convento de Santa Cruz el Real de Segovia en el último tercio del siglo XV.

También el franciscano sacerdote Juan de Candeleda, parte para Filipinas el 22 de marzo de 1653 junto con otros 28 religiosos procedentes de los franciscanos descalzos del convento de Priego. Otro Alonso de Candeleda, franciscano, parte el 30 de junio de 1673 para Filipinas con 36 compañeros más, casi todos sacerdotes. ¿Podrían ser éstos misioneros franciscanos la razón del cordón adintelado? Podrían ser, pero tampoco tenemos evidencias.

De aquella época, el misionero en Filipinas más famoso fue Fray Hipólito de San Agustín, pues fue un misionero cautivo.

Los vecinos de Candeleda Juan de Frías Arionaz y Ana Gómez, eran una familia muy estimada en Candeleda  y en la comarca porque además de su limpieza de sangre, eran gente de una posición desahogada que ayudaban a los pobres, repartían limosnas y tenían una intachable conducta. A sus hijos les educaron en la piedad y en el temor de Dios. Tenían un hermano en el Real Monasterio del Escorial, de la Orden de los Jerónimos, de manera que allí enviaban a sus hijos. Uno de ellos, el mayor era Juan de San Agustín (Candeleda 1701- El Escorial 1745), llegó al Escorial siendo niño y allí se dedicó a la música, tocando el “bajón” muchos años, apareciendo en el catálogo de monjes músicos de El Escorial. Hipólito entró con una beca en el Monasterio para ser religioso de la Orden de los Jerónimos, de la mano de su tío y de su hermano y tras estudiar tres años de filosofía y a pesar de su valía, fue desestimado para tomar los hábitos porque no podía haber en la comunidad tres parientes consanguíneos, de forma que le aconsejaron ir a otro monasterio Jerónimo en Murcia. Perplejos por la decisión, su mismo tío le aconsejó tomar los hábitos en otra orden religiosa y continuar así la vida religiosa. Así solicitó dispensa e ingresó en el noviciado de los agustinos en Madrid. En 1721 tomó los hábitos. Continuó en Maqueda ampliando estudios y allí fue reclutado para misionero en Filipinas, partiendo desde Cádiz el 5 de Julio de 1725 para Filipinas. En la escala obligada de Méjico, cantó su primera misa al ordenarse allí sacerdote. En Julio de 1726 salió para Manila. Fue destinado al Convento de San José de Romblón donde aprendió el idioma nativo bisaya. En el Capítulo de 1728 y debido a su buena fama fue nombrado Prior del Convento y Ministerio de Cagayán en la isla de Mindanao. En el Capítulo de 1731 fue nombrado Procurador General de la Provincia. En 1734 es reclamado por sus fieles y vuelve como Prior a su Convento de Cagayán donde creció su fama entre creyentes y no creyentes, los cuáles venían a hablar con él desde las montañas. Tanto es así que los moros de la Laguna de Malanao le pedían que les diera servicio, a lo que se oponían los jesuitas por corresponderles a ellos, a pesar de que los nativos solo querían a los agustinos. Esta polémica duró hasta 1737 en que hubo un pacto de las autoridades.

La fama del padre Hipólito creció entre los nativos que le tenían en gran estima. Así se hizo pariente de los principales jefes infieles mediante el sardugo, que era una especie de hermanamiento de sangre, pues se pinchaban el pecho y se intercambiaban la sangre. Esta unión de fuertes lazos de amistad hacía posible que los nativos bajaran a Cagayán para hablar con Hipólito de todo cuanto podían tener necesidad. Al fin le permitieron llevar a la región de Botinai y Lobo, que era la tierra de estos moros, una misión. Pero tenía que ir él mismo. El Capítulo provincial de 1740 se celebró en Manila y allí tuvo que ir el candeledano Hipólito. Fue nombrado un cargo y además pidió autorización para establecer la misión de acuerdo con la petición de los nativos. Concedida la autorización Hipólito partió en barco para su nueva misión cuando le salieron tres barcos que se dedicaban al corso y les abordaron. Todos salieron huyendo a la playa y de allí a esconderse en los  montes, pero Hipólito estaba con fiebre y desfallecido, de manera que a pesar de haber llegado a la playa ayudado por su criado nativo Ambrosio, permaneció allí hasta que le apresaron los moros que le llevaron con una soga al cuello prisionero. En aquella cautividad se encontró con otros cristianos cautivos que conocía de aquellas tierras. También su criado Ambrosio se entregó voluntariamente para estar con él.

Los moros se llevaron a los cautivos en barco en una penosa travesía, en la que apenas les daban agua y apenas comida. Les daban unos palos de cañas para comer o para engañar la comida. Viajaba en un hueco inmundo rodeado de otros cautivos, con muy poca salubridad. Sin embargo Hipólito trató de ayudar todo lo que pudo sobre todo haciendo labores de médico, gracias a sus conocimientos adquiridos, a todo el que lo necesitaba. Se unieron otros barcos de moros a la expedición que se burlaron de los cautivos apresados y continuaron el penoso viaje dirigiéndose al lugar de los moros tirones. El jefe de la tribu de los joloes al ver al padre Hipólito quiso comprárselo a los moros tirones, pero estos no accedieron. Yalve, así se llamaba el jefe de los joloes, como no pudo convencer a los moros tirones, sacó como una daga, cortó la soga de Hipólito y lo lanzó al agua al tiempo que se lanzó tras él. A nado llegaron a la orilla de la playa, que era tierra de los joloes donde no podía entrar los moros tirones. Los moros tirones eran de los más despreciables. Solo se reunían para robar y para hacer cautivos, practicaban la poligamia y algunos eran antropófagos. Sin embargo los joloes dieron de comer a Hipólito y le recuperaron con atenciones. Pronto llevaron a Hipólito a una isla de Jolo llamada Siboto donde había muchos cautivos cristianos. De allí pasó de una isla a otra hasta llegar a la isla de Jolo a la presencia del Sultán de Jolo. Fue atendido y alimentado y llamado para tratar de su rescate, por el que pidió seiscientos pesos. Eran trescientos el precio del rescate de otros priores anteriores pero el sultán no admitía otro precio. Le propuso a Hipólito quedarse allí en Jolo y que se casase o que se quedase de maestro. Él mismo aprendería lengua española. Para ello le daba una zona donde antes había habido una iglesia y le autorizaba a atender a los cautivos cristianos y a bautizar a los infieles que quisieran hacerlo. Pero Hipólito no aceptó. Hubo ofertas  por Hipólito al sultán que llegaron hasta diez mil pesos y como no se fiaba, mantuvo preso en una casa a Hipólito, pero bien cuidado en lo posible. La fama de Hipólito se agrandaba sobre todo cuando curó a la segunda reina de una enfermedad. Pero seguía estando preso y cautivo, elevando el rescate a doce mil pesos. Cuando se enteraron los españoles de Zamboanga, que conocían al padre Hipólito, desplegaron la diplomacia para convencer al sultán. Todavía duró el cautiverio hasta el mes de octubre en que se resolvió pagando doscientos pesos y una escritura de compromiso de pago hasta los doce mil pedidos por el sultán. Hipólito regresó a Zamboanga y de allí a Manila, donde pudo celebrar misas de acción de gracias. El Sultán de Jolo fue en visita oficial a Zamboanga y allí fue convencido a perdonar once mil pesos, por lo que le fueron pagados ochocientos que restaban del rescate de Hipólito.

 Mientras estuvo en Manila, los fieles e infieles de Cagayán solicitaron del padre Hipólito que creara una misión en los montes, cosa a la que fue autorizado y a ello se dedicó con entusiasmo hasta que en 1743 fue llamado al Capítulo Provincial de nuevo, despidiéndose de sus fieles con mucho sentimiento.  Efectivamente fue nombrado Procurador General de la Provincia y un poco más tarde,  Presidente del Hospicio de Méjico. Salió en barco para Méjico pero después de seis meses de calamidades, regresó la embarcación a Manila sin haber podido llegar a Méjico.

En el Capítulo de 1744, fue nombrado Vicario Prior de Cuyo donde estuvo hasta 1746. No le fue bien la estancia por el grado de corrupción que había y regresó muy calumniado,  enfermo y demacrado a Manila. Comprendió que iba a morir y tras pedir perdón a quienes pudiera haber hecho algún mal, recibió todos los sacramentos y murió el 12 de Julio de 1746, a la edad de cuarenta y tres años. Murió el candeledano Hipólito en Manila, siendo un completísimo religioso, envidiado por sus virtudes y muy celoso de las almas. Así lo resume su biógrafo.

Pensaba yo en lo curioso de este relato, cuando solo pretendía hablar del cordón franciscano de la casa de mi amigo Miguel Angel, en la calle del Pozo. ¿Quién me iba a decir a mí que tras este detalle podría haber tanta historia oculta de mi pueblo? Y así, pensando… pensaba en lo apasionante que puede llegar a ser la historia.

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