Hoy es uno de esos fatales días en los que una noticia mala
se solapa con otra peor. La vida se va cobrando su peaje en círculos cada vez
más cercanos, de mi propia gente. Uno siempre ha tenido respeto a la vida y
siempre ha creído que había que vivir, mirándola de reojo, sin quitar la mirada
de encima, sin fiarse, aunque presumiendo de vivir sin miedo a ella. En el
fondo, no es verdad.
Vivimos buscando encontrar felices emociones, pero se nos
pasa la vida encontrando tragedias, falsedades, dificultades… tantas, que uno
se siente impotente para luchar contra la vida. Es entonces cuando los sesudos,
buscamos ayuda en los tratados que estudian la conducta en situaciones
naturales. Es algo parecido a la etología en los animales. Los animales actúan
en el medio con instintos heredados y no tanto con el aprendizaje que el hombre
o los otros animales quieren imponerles. Saben cómo tienen que vivir.
Los comunicadores de nuestra sociedad del bienestar se
preocupan desde hace tiempo de provocar emociones en el ser humano. Las
emociones se venden caras, parece ser. Y no les importa que sean emociones
amables precisamente. Vemos películas que matan a todo ser que se mueva con
inventos atómicos y galácticos, que destruyen, que eliminan, que provocan a los
elementos de la naturaleza y éstos, atacan a la humanidad en forma de
tempestades, tsunamis, tornados, terremotos y todo tipo de catástrofes
naturales.
Cuando la comunicación solo es informativa, unos y otros se
ocupan de destrozar al oponente y entonces la comunicación es parcial o incluso
tendenciosa. Apenas si es objetiva y por tanto, produce cierto malestar, es
decir las informaciones provocan emociones nunca amables.
Así me encontraba yo, con esa fatalidad de sentir “la
levedad del ser”, cuando me encontré por mi afición taurina un programa
televisivo de toros y ahí recalé, tratando de esconderme entre mis aficiones al
campo y al ganado. No en vano así me crie.
Otro pensamiento me venía cuando trataba de buscar razones para
aquellos que no entienden que a mí me gusten los toros y me preguntan las
razones de tal animalada. La gente moderna se va diferenciando mucho de los que
tenemos canas en la cabeza y en el alma. Y yo ya no tengo ganas de buscar
razones. Solamente viví, solos mi televisor y yo, un momento mágico que me
conmovió. Paco Ureña en Valencia, vencedor de la feria a pesar de no haber
cortado los máximos trofeos, porque el público taurino así lo quiso.
En un momento vi un torero, lleno de valor, de lucha, de
ilusión, de esfuerzo, luchar contra la fiera vida representada por la fiereza
de un toro alimaña. Paco Ureña es de esos toreros que le toca lidiar con las
alimañas, como hay gente que tiene que luchar contra la vida una y otra vez,
sin descanso. Hecha su faena y a la hora de entrar a matar, la fiera le cogió
sufriendo el matador una contusión cerebral que le hizo perder el conocimiento
y le rompió tres costillas, llevándole su cuadrilla a la enfermería.
El torero es un catedrático en etología, de otra manera no
se podría poner delante de una fiera. Sabe domesticar a la fiera y no la rehúye.
Y por otra parte nuestra sociedad le atribuye desde hace siglos, ser el mito de
la valentía. El más valiente entre los valientes. Y así, Paco Ureña salió de la
enfermería a recibir a su segundo toro, para lidiar la vida llena de terribles calamidades,
sorteando las tarascadas con el plante elegante del torero, descalzo y
plantando en el suelo su zaherida figura, pero firme ante la fiera. Con el
dolor insufrible a cada movimiento producido por tres costillas rotas. Con la
emoción del público que no podía abstraerse de aquella emoción desbordada, en
una comunión del público y torero en una faena histórica en la que el torero
lloró de emoción al vaciarse del todo su corazón. También los que le vimos nos
emocionamos al participar de aquel momento mágico en el que un torero se
sublima ante las dificultades y redimido por el dolor, alcanza la gloria.
El presidente, cosa que parece habitual, no le reconoció los
máximos trofeos ante un público que protestaba de manera sentida aquella
decisión. Paco Ureña, ni siquiera se lo demandó. Respetuoso con el presidente,
le saludó cortésmente, se metió la oreja del astado entre el chaleco y su
corazón, y descalzo y solo en la arena, dio la vuelta al ruedo más
parsimoniosa, más emotiva y más gloriosa que jamás un torero puede dar y un
aficionado puede jamás ver. La cara emoción a flor de piel, de un festejo que
rozaba la gloria. El público presente y el público de la retransmisión repetida,
estuvimos igualmente emocionados.
Yo no sé si los tratados de conducta me enseñarán alguna
manera de encarar la vida. Pero sí el
conocimiento de la etología de los toreros y su valentía ante la lidia me
dieron una buena razón y una buena pista para poder con esta p… vida. Paco Ureña me embargó de emoción… y compartí
su lloro con su alegría contenida y una lección aprendida: ¡Tirar “palante” con
valentía!,…entonces la vida puede ser emocionante.
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