Te presentaste por sorpresa.
Pequeño y humilde,
no podías llamarte más que Pablo.
Las Perseidas te definían emotivo, cuidadoso, diligente.
Pero yo ya te quería fueras como fueras.
Y eras tú. Original, inteligente y buscando tu propia autoridad
entre los niños que te precedieron.
Aquella calurosa noche de agosto
una rauda estrella rasgó el firmamento y clareó todo el cielo.
Pedí un deseo, sabía que venías ya.
Ardí en deseos de abrazarte y decirte
que te querré miestras viva, que te protegeré.
Que sepas que siempre estaré contigo
porque los abuelos siempre están.
Solo que un buen día, símplemente desaparecen.
El abuelo.
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