domingo, 22 de mayo de 2016

COSAS CANDELEDANAS


Soy candeledano, estudiantillo de entonces. De aquellos que nuestros padres enviaban a Pastrana, Ávila, Madrid, Arenas, Alcalá de Henares, siendo aún niños, en pos de algún seminario menor, por si cuajaba alguna tardía vocación y en el mejor de los casos, tras alguna instrucción que pudiera sacar a aquellos niños del arado romano, de las bestias o de las cabras.

No tengo claro si aquella buena intención, que yo hubiera repetido con los míos, fue o no acertada. No, cuando peino canas, ya no lo sé. Solo sé que apenas tardé unos meses en adoptar el habla madrileño y castellano con un dominio de las eses perfecto.

En mi caso, aterricé en la mejor sociedad madrileña de la época, donde las diferencias eran terroríficas con mis costumbres, con mi tierra y con mi gente. Hubo que aprender a no meter la pata desde muy niño. ¡Qué cosa tan terrible! Claro que ahora me río cuando recuerdo que mis compañeros de mesa de comedor, me sometían a un interrogatorio sobre mi origen y familia, sorprendiéndose de que mis padres tuvieran cuatro fincas, Carrascal, Cardenillo, Huerta del Esparragal, La Colilla, y mis abuelos y tíos, El Llano, Navarro, Carretero… Ellos solo tenían una o ninguna. El de la finca, la tenían su padres en Badajoz y tenía diez mil hectáreas. Los otros eran pobres, uno de ellos, su padre mandaba como Presidente en un banco que se llamaba Bilbao. El otro, no puedo decir más que ahora es dueño de grandes empresas constructoras e inmobiliarias de éste país. Así de pobres eran mis compañeros. Yo sin embargo era uno de aquellos estudiantillos privilegiados candeledanos que salíamos con diez años tras unos estudios, a la capital, cuando nuestros padres con todo su sueldo anual, no podrían pagar ninguno de aquellos colegios. Gracias a las becas y a la buena voluntad de mucha gente, y también a nuestro esfuerzo, los estudiantillos de entonces salíamos adelante.

Pero no pudo la capital conmigo. Los paletos de entonces, solíamos sobreponernos a los capitalinos, sin embargo, amigos nuestros entrañables. Con el paso del tiempo, logré llevar a Candeleda a mis amigos de la capital y gratamente me sorprendí cuando me decían… ¡Pero cómo no nos has traído antes a tu pueblo! No obstante, tuvieron que pasar los años de la niñez y cuando ya estaba bien entrada la pubertad, abandoné las eses y el miedo al atávico atraso cultural de mis gentes en comparación con los instruidos madrileños de entonces. Si cabe, cada vez me hice más candeledano.

El hablar de “se faró y se cayó…” la famosa “chapaletina”… el “no me vaga”… “de cutio”… etc, era entendido como un idioma paleto supino. Pero ya digo, que esas son cosas del pasado. Desde hace tiempo que sostengo que en Candeleda no se hablaba en absoluto mal. Era simplemente un castellano de unos cientos de años atrás.

Mi hermana Nines hizo un trabajo prodigioso, recogido en un libro sobre el léxico candeledano y nuestra manera de hablar. “De no querío… bien lo vaga ello”, es un precioso libro y su prosa al final, es un relato guasón, porque los candeledanos nos reímos de nosotros mismos, es bonachón porque está lleno de ternura, es conciso porque precisamos los términos a las cosas y sentimientos… y es un castellano de hace cuatro siglos. Me encanta leer el idioma candeledano, que existe en Candeleda y en toda la zona de alrededor, antiguo Alfoz de Ávila.

Tenemos letrillas de jotas y rondeñas que nos vienen de antaño. Pueden ser cientos de años. Una de ellas que aprendí de mi hermano José Luís, que las oía cantar a los cabreros en El Palancar, en aquellas noches que se reunían los vecinos de aquellas fincas serranas. Dice así: “Venimos mi amiga y yo, de correr la caravana, pa que no diga la gente, que tenemos mala fama”. Siempre la canté y nunca la entendí.

Posiblemente fuera amiga o amigo. Y si amiga...¿por qué amiga? Caravana… ¿qué caravana? Me imaginaba las caravanas que venían a la sierra por el Puerto de Candeleda. En fin. ¿Tendría alguna importancia todas estas cosas mías?

Sí, hace tiempo que sostengo que nuestro lenguaje candeledano es un castellano muy antiguo y me lo demostré a mí mismo, cuando leí en un libro viejo lo de correr la caravana. ¡Eh! ¡No me lo podía creer! Inmediatamente encontré en el Diccionario de la Lengua Castellana, por la Real Academia Española, que “hacer o correr caravanas” era “hacer las diligencias que regularmente se practican para lograr alguna pretensión.” Me imaginé a dos serranillos de los alrededores de Chilla, yendo o viniendo de la casa del cura o de la casa del alguacil, haciendo las diligencias necesarias para no dar que hablar. ¿Nos da ello idea de cómo se vivía en la sierra en la antigüedad?... Sin duda.

Otra letrilla de rondeña vieja. “Mi padre fue un caballero y mi madre una serrana y yo, nací una mañana entre la nieve y el yelo”. Qué descripción más perfecta de una situación en la que el Concejo de Ávila disponía de todos los pastos del Alfoz y en la que las garridas serranas no dejan de ser las musas de la lírica castellana, pero terrible al mismo tiempo porque denotan algún derecho de pernada. Sea como fuere, nuestra tradición oral nos ha dejado detalles de nuestra manera de ser y de vivir, pero nunca lo valoramos así.

Hoy, yo reivindico nuestra historia antigua y nuestra manera de hablar y nuestro folklore. También soy, junto con el griego Eneas y Camilo José Cela, quienes decimos que nuestra tierra es el Corazón de las Españas y remarca Camilo que ello es porque,  “es por donde mejor o peor, empezó España”.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Un broche en mi corazón

Largo mes de aquel castigado estío cuyo final se tornó en eterna espera,
largas noches escudriñando el cielo por ver si aún encontraba mi adorada estrella.
Fue la varita mágica de un hada la que rasgó rauda el firmamento
 sembrando un polvo de estrellas de innumerables y plateados pigmentos.
 De aquella estela reluciente apareció al fin mi estrella,
y sorprendido…no, son dos, no, son tres…
Tres luceros del alba… Tres regalos del cielo…
Tres corazones al viento que asisten mi caminar viejo, torpe y lento.

Y así, aquel regalo llenó toda mi vida de alegrías y esperanzas.
¡Bendito mes de aquel duro estío en el que el cielo
puso a mi corazón, un broche con tres preciosas esmeraldas!