Soy candeledano, estudiantillo de
entonces. De aquellos que nuestros padres enviaban a Pastrana, Ávila, Madrid,
Arenas, Alcalá de Henares, siendo aún niños, en pos de algún seminario menor,
por si cuajaba alguna tardía vocación y en el mejor de los casos, tras alguna instrucción
que pudiera sacar a aquellos niños del arado romano, de las bestias o de las
cabras.
No tengo claro si aquella buena
intención, que yo hubiera repetido con los míos, fue o no acertada. No, cuando
peino canas, ya no lo sé. Solo sé que apenas tardé unos meses en adoptar el habla
madrileño y castellano con un dominio de las eses perfecto.
En mi caso, aterricé en la mejor
sociedad madrileña de la época, donde las diferencias eran terroríficas con mis
costumbres, con mi tierra y con mi gente. Hubo que aprender a no meter la pata
desde muy niño. ¡Qué cosa tan terrible! Claro que ahora me río cuando recuerdo
que mis compañeros de mesa de comedor, me sometían a un interrogatorio sobre mi
origen y familia, sorprendiéndose de que mis padres tuvieran cuatro fincas,
Carrascal, Cardenillo, Huerta del Esparragal, La Colilla, y mis abuelos y tíos,
El Llano, Navarro, Carretero… Ellos solo tenían una o ninguna. El de la finca,
la tenían su padres en Badajoz y tenía diez mil hectáreas. Los otros eran
pobres, uno de ellos, su padre mandaba como Presidente en un banco que se
llamaba Bilbao. El otro, no puedo decir más que ahora es dueño de grandes
empresas constructoras e inmobiliarias de éste país. Así de pobres eran mis
compañeros. Yo sin embargo era uno de aquellos estudiantillos privilegiados candeledanos
que salíamos con diez años tras unos estudios, a la capital, cuando nuestros
padres con todo su sueldo anual, no podrían pagar ninguno de aquellos colegios.
Gracias a las becas y a la buena voluntad de mucha gente, y también a nuestro
esfuerzo, los estudiantillos de entonces salíamos adelante.
Pero no pudo la capital conmigo.
Los paletos de entonces, solíamos sobreponernos a los capitalinos, sin embargo,
amigos nuestros entrañables. Con el paso del tiempo, logré llevar a Candeleda a
mis amigos de la capital y gratamente me sorprendí cuando me decían… ¡Pero cómo
no nos has traído antes a tu pueblo! No obstante, tuvieron que pasar los años
de la niñez y cuando ya estaba bien entrada la pubertad, abandoné las eses y el
miedo al atávico atraso cultural de mis gentes en comparación con los
instruidos madrileños de entonces. Si cabe, cada vez me hice más candeledano.
El hablar de “se faró y se cayó…”
la famosa “chapaletina”… el “no me vaga”… “de cutio”… etc, era entendido como
un idioma paleto supino. Pero ya digo, que esas son cosas del pasado. Desde
hace tiempo que sostengo que en Candeleda no se hablaba en absoluto mal. Era simplemente
un castellano de unos cientos de años atrás.
Mi hermana Nines hizo un trabajo
prodigioso, recogido en un libro sobre el léxico candeledano y nuestra manera
de hablar. “De no querío… bien lo vaga ello”, es un precioso libro y su prosa
al final, es un relato guasón, porque los candeledanos nos reímos de nosotros
mismos, es bonachón porque está lleno de ternura, es conciso porque precisamos
los términos a las cosas y sentimientos… y es un castellano de hace cuatro siglos.
Me encanta leer el idioma candeledano, que existe en Candeleda y en toda la
zona de alrededor, antiguo Alfoz de Ávila.
Tenemos letrillas de jotas y
rondeñas que nos vienen de antaño. Pueden ser cientos de años. Una de ellas que
aprendí de mi hermano José Luís, que las oía cantar a los cabreros en El
Palancar, en aquellas noches que se reunían los vecinos de aquellas fincas
serranas. Dice así: “Venimos mi amiga y yo, de correr la caravana, pa que no
diga la gente, que tenemos mala fama”. Siempre la canté y nunca la entendí.
Posiblemente fuera amiga o amigo.
Y si amiga...¿por qué amiga? Caravana… ¿qué caravana? Me imaginaba las
caravanas que venían a la sierra por el Puerto de Candeleda. En fin. ¿Tendría
alguna importancia todas estas cosas mías?
Sí, hace tiempo que sostengo que nuestro
lenguaje candeledano es un castellano muy antiguo y me lo demostré a mí mismo,
cuando leí en un libro viejo lo de correr la caravana. ¡Eh! ¡No me lo podía
creer! Inmediatamente encontré en el Diccionario de la Lengua Castellana, por
la Real Academia Española, que “hacer o correr caravanas” era “hacer las
diligencias que regularmente se practican para lograr alguna pretensión.” Me
imaginé a dos serranillos de los alrededores de Chilla, yendo o viniendo de la
casa del cura o de la casa del alguacil, haciendo las diligencias necesarias
para no dar que hablar. ¿Nos da ello idea de cómo se vivía en la sierra en la antigüedad?...
Sin duda.
Otra letrilla de rondeña vieja. “Mi
padre fue un caballero y mi madre una serrana y yo, nací una mañana entre la
nieve y el yelo”. Qué descripción más perfecta de una situación en la que el
Concejo de Ávila disponía de todos los pastos del Alfoz y en la que las
garridas serranas no dejan de ser las musas de la lírica castellana, pero
terrible al mismo tiempo porque denotan algún derecho de pernada. Sea como
fuere, nuestra tradición oral nos ha dejado detalles de nuestra manera de ser y
de vivir, pero nunca lo valoramos así.
Hoy, yo reivindico nuestra
historia antigua y nuestra manera de hablar y nuestro folklore. También soy,
junto con el griego Eneas y Camilo José Cela, quienes decimos que nuestra
tierra es el Corazón de las Españas y remarca Camilo que ello es porque, “es por donde mejor o peor, empezó España”.