Pensaba yo que con 16 huevos enteros, 500 gramos de azúcar, 400 gramos de harina de trigo floja y 200 gramos de almidón, se pueden hacer unos bizcochos de soletilla de primera. Pero saldrían muchos bizcochos. Y pensaba que el problema no serían los bizcochos sino la forma de hacerlos. Porque hay que mezclar los huevos enteros con el azúcar y con las varillas batirlo muy bien. Pero hay un secreto, y es que hay que ponerlo a la hornilla y sin dejar de batir, hay que dejar que temple un poco y apartarlo rápidamente y seguir batiendo hasta enfriar. Hay que dejar de batir cuando haya subido todo el doble de cómo estaba al empezar. Es entonces cuando con la espátula de madera se mezcla la harina y el almidón, previamente juntos y cernidos. Ello se hace con mucho cuidado para que la masa quede perfecta y no se apelmace. Se echa en una manga con boquilla lisa de un centímetro y medio de diámetro y sobre un papel de horno se deposita una línea de diez centímetros de diámetro, convenientemente espaciados ya que crecen el doble. Se echa azúcar lustre encima y se cuece a horno fuerte poco tiempo para que queden jugosos.
Y pensaba yo que si ponía queso mascarpone mezclado con nata montada bien mezclado todo y poniendo un poco de azúcar, tendría otro ingrediente para hacer un tiramisú. Pero me faltaba café con unas gotas de amaretto para empapar los bizcochos. ¡Que suerte¡ Tenía café y amaretto. Ya solo me faltaba cacao en polvo. ¡Qué fácil sería hacer una copa de tiramisú en un momento¡
Ya está. En una copa alta u grande se ponen un par de bizcochos bañados en café con poco azúcar y perfumado con licor amaretto. Encima se pone una capa de queso con nata y encima se espolvorea cacao en polvo. Y así se hacen tres capas. Y cataplás.
Y pensaba yo…¿Pero yo pienso?
A veces se me vienen a la cabeza visiones como a Santa Teresa. Pero a mí me vienen de dulces. A Santa Teresa le venían visiones de Dios, que no es lo mismo.
Decía la Santa que a partir de un día empezó a ver a Dios en sus oraciones. Y se le presentaba tan claro y con tanta luz y serenidad que era imposible no querer volverle a ver. Al principio creía que se estaba volviendo loca. Pero después lo deseaba con toda su alma. Sobre todo lo veía cuando comulgaba. Y yo con mis dulces…otro día vamos a hacer las Yemas de Santa Teresa.
¡Qué mujer más lista¡ Y decía ella que era muy flaca y enferma y bastante ignorante. ¿Qué tendría ella para que se sintiese a Dios y lo viera tan claro?
Yo sí lo sé.
Como soy de Madrigal de las Altas Torres, vino una vez a comprarme unas paciencias un fraile muy especial. Decía que se las compraba su padre de niño, por ello quería recordar las paciencias. Y yo le pregunté por los arrobamientos de la Ahumada, de los que recorrían rumores por toda Ávila.
Él me contestó, pareciéndome que la conocía muy bien. Me dijo, que la hermana Teresa de Jesús, oraba. Y oraba mucho. Y me contó lo que un día ella le dijo. Le dijo que la oración era como el huerto del hortelano. Ya os lo conté un día. No hace falta por tanto que os vuelva a contar el símil del huerto del hortelano. Pero aquí en las tierras de Ávila de los Caballeros, todo el mundo sabe que quien dedica tiempo a la meditación de sus obras y a la oración, por la que desea ser mejor, uno puede tener visiones tan claras que no deseará dejarlas de tenerlas nunca. Y una paz inundará su alma.
En una copa de cristal alta pones una capa de meditación regada por dulce escarcha de rocío mañanero. A continuación pones una capa de oración con unas gotas de humildad. Repites otra capa y otra de lo mismo. Tendrás un tiramisú fantástico. Para eso no hace falta ser creyente de nada. Para comer el tiramisú solo hace falta tener hambre y ser un poquito goloso para degustar algo la felicidad perdida.
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