Hoy no abro al público mi pastelería. Ni tengo ganas de endulzar a nadie. Mil son los motivos de mi desgana. Alguien aventó mi parva y las ilusiones se fueron con el viento. Tantos años de lucha para conseguir una democracia y construimos algo de lo que no podemos estar satisfechos. Mientras yo procuro adentrar a mis hijos en doctrinas de buena educación, otros profesores se encargan de desdecirme. Son los políticos que utilizan los medios de comunicación para, en vez de mostrar su programa, insultarse unos a otros con malas artes. Son las verduleras modernas junto con los periodistas de opinión de turno. Así está sucediendo en estos días de campaña electoral. No he podido entender ni un ápice de los programas de los diversos partidos políticos. Pero les he visto insultarse a todos, mofarse unos de otros y mentir sobre sus actuaciones.
Creí que con la democracia que construimos, viviríamos mejor. Pero vi cómo ello no era así. La disciplina cayó en desuso, el esfuerzo empezó a cotizar en Hacienda, los cargos no se obtienen por méritos sino por codazos y zancadillas. Impera la ley del mínimo esfuerzo y cada uno sabe que su voto se subvenciona. Así no hace falta trabajar. La doctrina pancista es la que impera junto con la demagógica. En fin, no abro hoy la pastelería y punto.
Lo de las creencias tampoco se lleva. Tantos años de practicante y ahora está mal visto que alguien practique su fe, sea cual fuere. No se qué es lo que vale ahora a excepción de las tradiciones procesionales. Pero eso no tiene nada que ver con la fe. Y además no te dejan ni criticarlo. Con eso no, aunque sea alimentar la mentira. Que no abro la pastelería.
Esta semana viví una luctuosa experiencia. Tuve que estar presente en el traslado de los cadáveres del panteón familiar. Restos desde al menos doscientos años, acumulados en sacos viejos, los más antiguos, y bolsas con cremalleras los más modernos. Pero todos acabamos en un saco. Calaveras, tibias, costillas, huesecillos…al final solo quedan los huesos y alguien de la familia que los vela en una propiedad familiar en el cementerio, de generación en generación, hasta que alguna rama se extingue. Entonces desaparecen hasta los huesos. Es cuestión de tiempo. O terminamos desechos y en un saco o terminamos en un osario común porque nadie nos cuida. Al final nuestro recuerdo también se lo lleva el viento. No quiero ni pensar en el hecho de que en las grandes ciudades, te echan del nicho a los diez años porque se necesita para otro. Los de las ciudades lo tienen claro. Su recuerdo perdura bastante menos que los de los pueblos.
Hoy no abro la pastelería. Lo siento. Mis dulces no tienen a quien endulzar. Si alguien me dice lo que merece la pena, se los doy enteros.
Pasan a mi lado un grupo de viejos. Van alegres. Son un grupo de amigos que son amigos desde la niñez. El de la derecha es el que lee en la misa. Es un gran hombre. Bueno, sencillo, amable, generoso, lleva lo de Cáritas y lo quiere todo el pueblo. El de la izquierda, es su amigo Juan. Es un agricultor vivaracho, chispeante, mal hablado, pero no es mala gente. El de la garrota, apenas si camina diligente. Es bonachón, va riendo y todos le van diciendo algo, seguro que tiene que pagar la ronda. Van tres más. Van hablando entre ellos en animada conversación. Son trabajadores de siempre. Digo, el panadero, el pescadero, el carnicero. Son todos amigos desde que tenían cinco o seis años.
Les llamo. Todos vienen sonrientes. Una pregunta con premio. Decidme por qué motivo tengo que estar satisfecho con ésta sociedad, con ésta vida, con ésta mísera existencia. Inmediatamente me contesta José. Mira, nos haces una pregunta que no te puede contestar un político, ni un cura, ni un sabio de éstos modernos que lo saben todo. Solo te la puede contestar un hombre. Simplemente un hombre. Uno sencillo, como cualquiera de nosotros. Y cualquiera de nosotros puede hacerlo porque ya hemos vivido todo lo que hemos tenido que vivir. Y tenemos la experiencia. Solamente te diré que cuides tu jardín de cada día.
Entenderás porqué no es un sabio que quiere organizar todo el conocimiento, sin entender que somos humanos. Entenderás que no es un político que quiere organizar toda la sociedad con engranajes perfectos, sin entender que somos humanos y nos exige la perfección. Y entenderás que no sea un cura porque no entenderá que la gente no crea en las cosas que él cree, después de mil estudios que relían las creencias y no las hacen comprensibles a los ojos de los humanos.
En nuestra sencillez de hombres rurales te decimos que solamente te ocupes de cuidar tu jardín de cada día. Tu mujer, tus hijos, tus amigos, tu trabajo, tu casa, tus vecinos, tu ganado, tu campo, tu vida. Que seas bueno y que tires para adelante. Así llegarás a viejo como nosotros. Y si cuidas bien tu jardín. Habrás llegado a nuestra edad habiendo visto las flores más lindas cada día. Y ello habrá sido hermoso y habrá merecido la pena. Y la memoria que habita en el viento, siempre querrá acariciar aquel jardín de fragancias y sencillas flores. Las flores no compiten en belleza. Son simplemente la belleza. Y habrás gozado de ella.
Naturalmente les di el premio. Abrí la pastelería y olvidamos el colesterol, el azúcar y el ácido úrico. Solo hubo la limitación de la templanza.
Así les aplicamos a las razones absortas, limón poncil. A las potencias suspensas, frutas confitadas. A las doctrinas y profetas, besamelas. A las almas espantadas, pastas bienmesabe. A la voluntad doblada, rosquillas de Santa Clara. Al verbo afligido, obleas y barquillos. A la hermosura ausente, timbal de pasteles. Al requiebro político, bartolillos. Al santo varón, turrón. Al probo funcionario, mojicones. A la belleza en crisol, melindres de Yepes. Y Yemas de Santa Teresa, a la navegación sosegada.