lunes, 21 de diciembre de 2009

Cuento


Eran aquellos días de Navidad, en que la gente se pone tierna. Al entrar en mi pastelería me encontré unos papelillos por la calle con una tarjeta de felicitación. Seguro que la tarjeta contenía un deseo alusivo para el año entrante. No pude contener mi curiosidad y leí los papelillos.


"El sol dio un gran salto y se agarró con sus manos a la enorme tapia de Aguilandia. Se izó con mucho esfuerzo hasta asomar sus ojos y ver todas las casas de aquel reino, en el que todos dormían en paz. La oscuridad, al ver que el sol se asomaba, huyó despavorida. La casa del viejo gruñón, tenía una ventana de su dormitorio abierta y el sol, que sabía todas las historias de la vida de toda la gente, con su ojo izquierdo cerrado y el derecho abierto, le dirigió un rayo mágico de luz que penetró por la ventana de aquel dormitorio. Las persianas que tenían encomendado cerrarse para evitar los rayos, se vieron sorprendidas y no pudieron detener aquel rayo mágico. El rayo revoleteó por la habitación rebotando de pared en pared dejando estelas de polvo de estrellas, hasta que vio una rendija abierta en el cajón de los sueños dormidos. Penetró por ella y dio un toque mágico a uno de ellos. Sorprendido el sueño dormido dijo…
- ¿Qué pasó? ¿Porqué me despiertas de mi placentero sueño?...
Del polvo de estrellas un hada mágica, no mayor que una mosca, salió revoloteando por toda la habitación y le dijo.
- Eres tan gruñón, como tu dueño. Anda, levanta y vámonos, porque hoy vas a poder hacer realidad, todo aquello para lo que has sido creado. Hoy serás el sueño más feliz de la tierra. Serás el prota.
Con las manos restregándose los ojos para quitarse las legañas, apenas si podía creerse que él fuera el elegido. De un salto, voló y se unió al hada que entre risas mágicas revoloteaba por la habitación. Suspendidos en el aire, se pararon frente al viejo gruñón que dormía plácidamente en su cama. El hada con su varita mágica, le tocó la frente y le dijo.
- Por fin, viejo gruñón. Se hará realidad uno de tus sueños dormidos. Aquí está. Ja, ja, ja,ja, ja.
Entre risas, revolotearon un poco más y salieron por la puerta, ya que las persianas de las ventanas, ejercían de porteras de los rayos del sol y se habían cerrado. Volaron escaleras abajo parándose a ver cada cuadro de pintura que colgaba en la pared y como la puerta del patio estaba abierta, por allí salieron al reino de Aguilandia. Entre risas mágicas revolotearon las casas y al ver que todos dormían, se fueron a tomar chocolate con churros, porque hacía mucho tiempo que el sueño dormido no comía chocolate. Mientras desayunaban, el hada le dijo al sueño.
- Tenemos que ir a la casa del dueño de todos los dineros del reino, porque el viejo gruñón es allí donde te encontró y te guardó en el cajón de su mesilla de noche.
- ¿Y que haremos? Dijo el sueño.
- Tú nada. Solo estarás presente. Ya sabes, eres el prota.
El hada mágica y el sueño dormido, fueron a casa del dueño de todos los dineros del reino, pero seguían dormidos. El hada mágica dijo al sueño dormido, no importa. Yo les voy a rociar unos polvos mágicos con mi varita mágica y les embriagarán con los sentimientos más amables que jamás hayan tenido. Tú entonces, como están embriagados por esos sentimientos, te los llevas a la colina de la ternura. Y allí me esperaréis.
El hada mágica volvió a casa del viejo gruñón y esparció por la habitación polvos pica pica de sentimientos amables. Y el viejo se levantó como tocado por la ternura y la sensibilidad. Su mujer también estaba tocada por aquellos sentimientos por lo que no podían quedarse allí. Tenían que ir urgente a la colina.
El hada siguió revoloteando por Aguilandia y entró en la casa del encargado de dar las buenas noticias del reino. Toda su vida la había dedicado a dar noticias y era el que más sabía de dar noticias en Aguilandia. Por ello, había decidido no dar nunca más noticias malas y solo daba buenas noticias. A él y a su mujer, también les roció de polvos de pica pica de sentimientos amables. El imán de la colina de la ternura atraía los sentimientos amables y sensibles con los que habían sido rociados, por lo que allá se fueron corriendo.
El hada siguió rociando por casas y habitaciones, sus polvos mágicos. Entró en la casa del ministro de la autoridad que más mandaba. Era el que se encargaba de toda la seguridad del reino, para que todos vivieran en paz con sus familias. Habían elegido al más alto del reino, para que su altura intimidara a los más gallitos. Y por ello el reino vivía en paz y en tranquilidad. Al respirar los polvos de pica pica de sentimientos amables, él y su mujer salieron corriendo a la colina de la ternura.
También el hada visitó al genio de la música y le roció de polvos mágicos y así, cogió al vuelo unas notas musicales del aire y salió corriendo con su mujer hacia la colina. Y también roció a la encargada de sanaciones y pinchazos curativos, con la magia de la ternura. Dirigía dardos de salud a los pompis de las gentes con tal precisión, que no precisaba de posaderas orondas, sino que era capaz de clavarlos en el punto que hace un lápiz en un papel. Y dejando cuando pudo sus pinchazos, también fue a la colina. El hada roció sus polvos mágicos desde la torre de Aguilandia y entraron por la ventana del dueño de todos los trenes lentos y rápidos del reino, que embriagado por los sentimientos amables, también fue a la colina con su mujer y sus hijos. El viento llevó el polvo mágico cuando caía de la torre a algunos sitios más lejos del reino y algunos que conocían al dueño de todos los dineros, también salieron corriendo a la colina de la ternura.
El sol había dado un salto tan grande, que había subido al cielo. Y desde todo lo alto, estuvo todo el día alumbrando todo el reino perfectamente, porque quería que aquel, fuera un día muy, muy especial.
En la colina de la ternura, todo era sensibilidad. Si los habitantes del reino no subían allí, no podían conocer cómo podrían ser aquellos sentimientos tan amables. Por ello, cuando allí se subía, una felicidad infimita irradiaba el corazón de las gentes.
Pero la subida era dura y el cansancio hacía mella en los caminantes. El sudor y el esfuerzo se juntaban con el cansancio. Y a veces había que sentarse en una piedra del camino a descansar.
Ya todos juntos en el camino, iban en fila por los senderos y las trochas de la colina.
El hada le dijo al oído al viejo gruñón:
- Hoy serás el hombre más feliz del mundo, porque uno de tus sueños dormidos, te está esperando allí arriba, en la colina de la ternura.
A pesar de su cojera, el viejo gruñón arreció el paso. Subió zorreras y bancales, esquivó vejigas y bombales, ni bebió en los claros veneros, ni le importaron los riscos, ni le faltó el aire a su jadeo. Allí estuvo con todos a tiempo, porque los otros eran más jóvenes y ya estaban todos en la cima.
El hada encendió un roble viejo con su polvo mágico y el cansancio del camino desapareció como por arte de magia. Una gran paz y felicidad se hacía sentir en aquella explanada de verdes y frescos prados. De pronto, de entre una puerta de una nube, salió llorando de alegría el dueño de todos los dineros con una buena nueva. Su mujer tenía entre sus manos el sueño del viejo gruñón hecho sensibilidad y ternura. Y así, salió un ángel portando el sueño, pero el viejo solo vio el ángel. No veía el sueño. Solo cuando lo tuvo en su brazos, el cielo se fundió con el sueño, y la sensibilidad y la ternura, llenaron la vida de aquel viejo, al que no le importó perderse con su sueño por aquel cielo.
Al sueño le llamaron Carlitos. Y desde aquel día, se conoció en el reino de Aguilandia la sensibilidad y la ternura. El dueño de los dineros y su mujer, dieron sentido a sus vidas. El ministro de la autoridad que más mandaba y su mujer, conocieron unos sentimientos que les dieron envidia sana y decidieron que el año entrante sería su año mágico. El músico soltó por el aire las notas musicales que había cogido y se quedó estupefacto, al comprobar cómo volaban los arpegios de alegría. Su sonido era el más mágico que jamás había conocido y por ello aprendió, que si pones sensibilidad y ternura a la música, su sonido será el más maravilloso del mundo. La encargada de las sanaciones se sorprendió al comprobar que cuando se aplicaba sensibilidad y ternura a los pinchazos sanatorios, éstos no dolían.
El dueño de los trenes comprobó que con sensibilidad y ternura, los trenes llegaban antes y el encargado de dar las noticias, fue uno de los más impresionados. A todos los que le daba una buena noticia, llena de sensibilidad y ternura, le daban un beso de regalo. Todos los demás niños y no tan niños, se llenaron de felicidad y alegría. Carlitos llenó a todos de felicidad y para el viejo gruñón, su vida cambió. También conoció la ternura, que le había sido tan esquiva en su vida.
El viejo vio en la frente de Carlitos una motita brillante y reluciente. Era dorada y muy bonita. Se levantaba revoloteando mientras Carlitos la miraba y sonreía.
Aquella sonrisa de Carlitos, jamás la olvidaría el viejo gruñón. Fue su sueño dormido y ya hoy, había despertado. Jamás la olvidó. Jamás. Y con ella fue muy feliz."

Hoy tenía que hacer el postre de las frutas escondidas...con masa quebrada...
¡Uy el cuento..!
Una o dos manzanas, un plátano, frambuesas...
¡Uy la ternura!...

sábado, 30 de mayo de 2009

LOCK OUT

Hoy no abro al público mi pastelería. Ni tengo ganas de endulzar a nadie. Mil son los motivos de mi desgana. Alguien aventó mi parva y las ilusiones se fueron con el viento. Tantos años de lucha para conseguir una democracia y construimos algo de lo que no podemos estar satisfechos. Mientras yo procuro adentrar a mis hijos en doctrinas de buena educación, otros profesores se encargan de desdecirme. Son los políticos que utilizan los medios de comunicación para, en vez de mostrar su programa, insultarse unos a otros con malas artes. Son las verduleras modernas junto con los periodistas de opinión de turno. Así está sucediendo en estos días de campaña electoral. No he podido entender ni un ápice de los programas de los diversos partidos políticos. Pero les he visto insultarse a todos, mofarse unos de otros y mentir sobre sus actuaciones.

Creí que con la democracia que construimos, viviríamos mejor. Pero vi cómo ello no era así. La disciplina cayó en desuso, el esfuerzo empezó a cotizar en Hacienda, los cargos no se obtienen por méritos sino por codazos y zancadillas. Impera la ley del mínimo esfuerzo y cada uno sabe que su voto se subvenciona. Así no hace falta trabajar. La doctrina pancista es la que impera junto con la demagógica. En fin, no abro hoy la pastelería y punto.

Lo de las creencias tampoco se lleva. Tantos años de practicante y ahora está mal visto que alguien practique su fe, sea cual fuere. No se qué es lo que vale ahora a excepción de las tradiciones procesionales. Pero eso no tiene nada que ver con la fe. Y además no te dejan ni criticarlo. Con eso no, aunque sea alimentar la mentira. Que no abro la pastelería.

Esta semana viví una luctuosa experiencia. Tuve que estar presente en el traslado de los cadáveres del panteón familiar. Restos desde al menos doscientos años, acumulados en sacos viejos, los más antiguos, y bolsas con cremalleras los más modernos. Pero todos acabamos en un saco. Calaveras, tibias, costillas, huesecillos…al final solo quedan los huesos y alguien de la familia que los vela en una propiedad familiar en el cementerio, de generación en generación, hasta que alguna rama se extingue. Entonces desaparecen hasta los huesos. Es cuestión de tiempo. O terminamos desechos y en un saco o terminamos en un osario común porque nadie nos cuida. Al final nuestro recuerdo también se lo lleva el viento. No quiero ni pensar en el hecho de que en las grandes ciudades, te echan del nicho a los diez años porque se necesita para otro. Los de las ciudades lo tienen claro. Su recuerdo perdura bastante menos que los de los pueblos.

Hoy no abro la pastelería. Lo siento. Mis dulces no tienen a quien endulzar. Si alguien me dice lo que merece la pena, se los doy enteros.

Pasan a mi lado un grupo de viejos. Van alegres. Son un grupo de amigos que son amigos desde la niñez. El de la derecha es el que lee en la misa. Es un gran hombre. Bueno, sencillo, amable, generoso, lleva lo de Cáritas y lo quiere todo el pueblo. El de la izquierda, es su amigo Juan. Es un agricultor vivaracho, chispeante, mal hablado, pero no es mala gente. El de la garrota, apenas si camina diligente. Es bonachón, va riendo y todos le van diciendo algo, seguro que tiene que pagar la ronda. Van tres más. Van hablando entre ellos en animada conversación. Son trabajadores de siempre. Digo, el panadero, el pescadero, el carnicero. Son todos amigos desde que tenían cinco o seis años.

Les llamo. Todos vienen sonrientes. Una pregunta con premio. Decidme por qué motivo tengo que estar satisfecho con ésta sociedad, con ésta vida, con ésta mísera existencia. Inmediatamente me contesta José. Mira, nos haces una pregunta que no te puede contestar un político, ni un cura, ni un sabio de éstos modernos que lo saben todo. Solo te la puede contestar un hombre. Simplemente un hombre. Uno sencillo, como cualquiera de nosotros. Y cualquiera de nosotros puede hacerlo porque ya hemos vivido todo lo que hemos tenido que vivir. Y tenemos la experiencia. Solamente te diré que cuides tu jardín de cada día.

Entenderás porqué no es un sabio que quiere organizar todo el conocimiento, sin entender que somos humanos. Entenderás que no es un político que quiere organizar toda la sociedad con engranajes perfectos, sin entender que somos humanos y nos exige la perfección. Y entenderás que no sea un cura porque no entenderá que la gente no crea en las cosas que él cree, después de mil estudios que relían las creencias y no las hacen comprensibles a los ojos de los humanos.

En nuestra sencillez de hombres rurales te decimos que solamente te ocupes de cuidar tu jardín de cada día. Tu mujer, tus hijos, tus amigos, tu trabajo, tu casa, tus vecinos, tu ganado, tu campo, tu vida. Que seas bueno y que tires para adelante. Así llegarás a viejo como nosotros. Y si cuidas bien tu jardín. Habrás llegado a nuestra edad habiendo visto las flores más lindas cada día. Y ello habrá sido hermoso y habrá merecido la pena. Y la memoria que habita en el viento, siempre querrá acariciar aquel jardín de fragancias y sencillas flores. Las flores no compiten en belleza. Son simplemente la belleza. Y habrás gozado de ella.

Naturalmente les di el premio. Abrí la pastelería y olvidamos el colesterol, el azúcar y el ácido úrico. Solo hubo la limitación de la templanza.

Así les aplicamos a las razones absortas, limón poncil. A las potencias suspensas, frutas confitadas. A las doctrinas y profetas, besamelas. A las almas espantadas, pastas bienmesabe. A la voluntad doblada, rosquillas de Santa Clara. Al verbo afligido, obleas y barquillos. A la hermosura ausente, timbal de pasteles. Al requiebro político, bartolillos. Al santo varón, turrón. Al probo funcionario, mojicones. A la belleza en crisol, melindres de Yepes. Y Yemas de Santa Teresa, a la navegación sosegada.

viernes, 29 de mayo de 2009

Tiramisú

Pensaba yo que con 16 huevos enteros, 500 gramos de azúcar, 400 gramos de harina de trigo floja y 200 gramos de almidón, se pueden hacer unos bizcochos de soletilla de primera. Pero saldrían muchos bizcochos. Y pensaba que el problema no serían los bizcochos sino la forma de hacerlos. Porque hay que mezclar los huevos enteros con el azúcar y con las varillas batirlo muy bien. Pero hay un secreto, y es que hay que ponerlo a la hornilla y sin dejar de batir, hay que dejar que temple un poco y apartarlo rápidamente y seguir batiendo hasta enfriar. Hay que dejar de batir cuando haya subido todo el doble de cómo estaba al empezar. Es entonces cuando con la espátula de madera se mezcla la harina y el almidón, previamente juntos y cernidos. Ello se hace con mucho cuidado para que la masa quede perfecta y no se apelmace. Se echa en una manga con boquilla lisa de un centímetro y medio de diámetro y sobre un papel de horno se deposita una línea de diez centímetros de diámetro, convenientemente espaciados ya que crecen el doble. Se echa azúcar lustre encima y se cuece a horno fuerte poco tiempo para que queden jugosos.

Y pensaba yo que si ponía queso mascarpone mezclado con nata montada bien mezclado todo y poniendo un poco de azúcar, tendría otro ingrediente para hacer un tiramisú. Pero me faltaba café con unas gotas de amaretto para empapar los bizcochos. ¡Que suerte¡ Tenía café y amaretto. Ya solo me faltaba cacao en polvo. ¡Qué fácil sería hacer una copa de tiramisú en un momento¡

Ya está. En una copa alta u grande se ponen un par de bizcochos bañados en café con poco azúcar y perfumado con licor amaretto. Encima se pone una capa de queso con nata y encima se espolvorea cacao en polvo. Y así se hacen tres capas. Y cataplás.

Y pensaba yo…¿Pero yo pienso?

A veces se me vienen a la cabeza visiones como a Santa Teresa. Pero a mí me vienen de dulces. A Santa Teresa le venían visiones de Dios, que no es lo mismo.

Decía la Santa que a partir de un día empezó a ver a Dios en sus oraciones. Y se le presentaba tan claro y con tanta luz y serenidad que era imposible no querer volverle a ver. Al principio creía que se estaba volviendo loca. Pero después lo deseaba con toda su alma. Sobre todo lo veía cuando comulgaba. Y yo con mis dulces…otro día vamos a hacer las Yemas de Santa Teresa.

¡Qué mujer más lista¡ Y decía ella que era muy flaca y enferma y bastante ignorante. ¿Qué tendría ella para que se sintiese a Dios y lo viera tan claro?

Yo sí lo sé.

Como soy de Madrigal de las Altas Torres, vino una vez a comprarme unas paciencias un fraile muy especial. Decía que se las compraba su padre de niño, por ello quería recordar las paciencias. Y yo le pregunté por los arrobamientos de la Ahumada, de los que recorrían rumores por toda Ávila.

Él me contestó, pareciéndome que la conocía muy bien. Me dijo, que la hermana Teresa de Jesús, oraba. Y oraba mucho. Y me contó lo que un día ella le dijo. Le dijo que la oración era como el huerto del hortelano. Ya os lo conté un día. No hace falta por tanto que os vuelva a contar el símil del huerto del hortelano. Pero aquí en las tierras de Ávila de los Caballeros, todo el mundo sabe que quien dedica tiempo a la meditación de sus obras y a la oración, por la que desea ser mejor, uno puede tener visiones tan claras que no deseará dejarlas de tenerlas nunca. Y una paz inundará su alma.

En una copa de cristal alta pones una capa de meditación regada por dulce escarcha de rocío mañanero. A continuación pones una capa de oración con unas gotas de humildad. Repites otra capa y otra de lo mismo. Tendrás un tiramisú fantástico. Para eso no hace falta ser creyente de nada. Para comer el tiramisú solo hace falta tener hambre y ser un poquito goloso para degustar algo la felicidad perdida.