MALDITA ENFERMEDAD
Todas las Navidades nos felicitamos las fiestas los amigos más entrañables de los tiempos de la niñez. Nos vemos poco. Alguna vez, de cuando en cuando, nos reunimos en una comida o cena. Y así, hemos llegado a la cincuentena. Pero esta Navidad una noticia nos golpeó de manera atroz. Uno de nosotros había sido diagnosticado de cáncer. Le habían descubierto un cáncer y nos lo comunicó con una carta que escribió a su cuerpo, al que llamaba Horacio. Esta es la carta.
Madrid, 18 de Diciembre de 2007
Querido Horacio,
Fue ese jueves de Noviembre cuando supe que me habías tocado con tu vara de abedul, cuando un rayo me atravesó de la cabeza a los pies. ¿A mí? ¿A mí? ¿Por qué a mí?
Sólo tardé unos segundos en aceptar el diagnóstico y en ese instante experimenté una felicidad que nunca había sentido hasta ahora. Iba a tener el honor de formar parte de ese grupo de personas a las que tanto admiro, que sacan coraje de donde parece que no lo hay y lo muestran al mundo.
Me ofreces una grandiosa oportunidad de aprender y de crecer, aquí y ahora con este master, con este proyecto, con esta asignación que es CURARME y que hoy acapara mi máxima atención.
No es una interrupción a mi vida ni un freno en mi viaje a Ítaca. Es un nuevo rumbo que quiero vivir a tope y del que voy a sacar todos sus frutos. Estoy impaciente por ordeñar cada día que comienza.
Muy pronto empecé a sentir que había recibido otro regalo mucho mayor, que ni en mis mejores sueños podía imaginar. Es el amor de mi familia y mis amigos.
Mi vida de familia se ha transformado. En casa con Adelaida y Gabriela sentimos una pasión amorosa mutua como nunca había sucedido. Me conmueve cómo se vuelcan conmigo, cada minuto, cada segundo. Ellas son quienes realmente están viviendo y soportando mi enfermedad. Sólo me sale una palabra del corazón y es ¡¡¡GRACIAS!!!.
Los caminos de mis padres y hermanos y el mío se han unido. Hemos entrado de nuevo en nuestras vidas respectivas. Y donde antes veía recelo, barreras y malentendidos ahora sólo veo unos grandísimos corazones. Además me divierto muchísimo con todos y cada uno de ellos, que en su diversidad y a su manera me están dando lo mejor de si. También estamos llevando a cabo unas colaboraciones muy fructíferas. Todo tiene un enorme sentido.
¡Y que decir de mis amigos, que desde todas las partes del mundo me mandan unas letras de ánimo y aliento en sus emails!. Hay personas, que ni me podía imaginarme, que me están mandando su cariño. Es curioso cómo nos “tocamos” entre nosotros en nuestras vidas sin saberlo.
Hacía unas semanas que había perdido mi teléfono móvil pero con esta enfermedad ya lo tengo rápidamente al día.
Hay tantos amigos que me ofrecen nuevas terapias y técnicas, nuevos libros. Siento que se me presenta un fecundo período de conocimiento.
¿Y qué decir de todas esas personas que rezan por mí y piensan en mí durante sus oraciones? Sé que hay conventos enteros de carmelitas descalzas que se están volcando en mi persona. ¡Qué gran responsabilidad de agradecimiento se posa en mis hombros!
Y en estos momentos pongo a Dios por testigo de que nunca jamás en la vida diré que “me siento solo”, “no tengo amigos” o “me siento miserable”. Eso sería ir en contra de la naturaleza de la vida.
Hoy, siento y sé que cada uno de nosotros formamos parte de un cuerpo superior en el que todos estamos conectados y cuando una parte de ese cuerpo está más débil el resto vibra. Yo también sabré vibrar mucho más a partir de ahora.
En cambio, ¿Cuántas veces vibramos por cosas no importantes? ¿Somos conscientes de la enorme cantidad de metas y estímulos triviales que nos creamos y aceptamos y que nos generan tanto stress? ¿Es tan real esa ansiedad que nos atenaza? ¿Es tan real esa culpa que nos abruma? Todo eso nos mata.
He aprendido a ser Yo, a ser “Yo soy”. Me he dado cuenta de que había llevado una vida alocada en la que había adoptado muchos roles en ambientes dispersos y desconectados. Eso me creaba barreras, eso me negaba como persona. Eso era matarme. Ahora “Yo Soy” esté donde esté, no tengo barreras. Formo parte de una energía ilimitada.
Me siento capaz de llevar a cabo cualquier visión que me plantee en este planeta.
Estoy viviendo una experiencia mágica de transformación espiritual. Ahora entiendo al alquimista que transforma el dolor en paz, la paz en alegría y la alegría en amor.
Estoy completamente preparado para todo lo que vaya a venir y sé que sobrevendrán dolores y molestias en el cuerpo pero nunca sufrimiento. Todo sufrimiento es un juicio, es aceptar la condición de que se es víctima y yo eso jamás lo haré.
En cambio, el inevitable dolor físico que se acepta, se siente en todos los poros y se ofrece, nos brinda la oportunidad de transmutarlo en despertar espiritual.
Horacio, no quiero darte una pequeña decepción. Pero no has sido tú quien me ha traído esta enfermedad sino yo. Yo soy al 100% responsable de lo que me pasa. Ha sido mi mente quien me ha confundido y me ha metido en esto. Había una falta de armonía. Quizá tenía una necesidad de crecimiento no bien madurada o una situación que no sabía cómo manejar. Esta enfermedad tiene un mensaje y al captarlo mi curación vendrá, de la misma manera en que la primavera sigue al invierno. Ya intuyo mucho de lo que me había pasado.
Hay muchas maneras positivas de hacer frente a esta enfermedad. Yo quiero recuperar el diálogo con mi cuerpo. Quiero estar con él y acompañarlo en estos momentos de debilidad. Mi cuerpo es ese amigo sabio y fiel, que siempre trabaja de manera incondicional y silenciosa para estar sano. ¡Ay hermano!, cuanto te he exigido en esas noches de trabajo, en esos platos y copas de más, en ese uso de ti como fuente de placer y objeto de consumo. ¿Cuántas veces te he dejado en último lugar dando por hecho que tú silenciosamente podías con todo? Hermano, nos curaremos juntos y a partir de ahora serás mi joya.
Bueno Horacio, vamos a hablar tú y yo del futuro. Sabes muy bien que me voy a curar y por eso te quiero ofrecer un puente de plata honroso. Sé que has actuado con tu mejor intención, obedeciendo a los designios de mi mente. Te propongo que retires inmediatamente de mi cuerpo tus células enfermas. A cambio, conservaré en la memoria un buen recuerdo tuyo de esta etapa maravillosa.
Horacio, sabes que no tienes otra alternativa. Si insistes en persistir, tanto mi altísima moral como las baterías del Dr. Javier Hornedo, quizás el mejor oncólogo del mundo, harán mella en ti. ¿Por qué aferrarte y resistirte a lo inevitable?
En pocas palabras: Gracias por entrar en mi y Gracias por salir de mi, con todo mi amor.
Yo ya he empezado a celebrar mi curación. Estoy organizando con mi familia y amigos un viaje a Roma de agradecimiento por todas estas vivencias y todas estas “vacaciones”.
Esta enfermedad me ha sobrevenido en un momento en que estaba cambiando de vida y planeando una nueva etapa. Voy a incorporar todo lo que aprenda. Esta etapa será muy importante en mi vida y ya nunca jamás volveré a ser la misma persona después de vivir esta experiencia. Mi misión y mis metas serán a partir de ahora muy diferentes. Sé que me espera una vida apasionante y me ilusiona asumir mis nuevas responsabilidades. Sabré siempre cambiar y transformarme.
Sé también que este futuro apasionante no me estará esperando sólo a mí. Esta ha sido un poco la enfermedad de todos y todos nos estamos transformando.
Y ahora pienso en La Navidad. Esta va ser la mejor Navidad de toda mi vida. La Navidad es el nacimiento del niño Dios. Es un momento de Creación. Es el momento de crear la mejor versión de la mejor visión de nosotros mismos.
En La Navidad sin embargo, rara vez nos salen bien los deseos. Ya en los medios de comunicación de la primera semana de Enero todo sigue igual de mal en el mundo y el nuevo año sigue el mismo curso de violencia y perversión rutinaria.
Sin embargo, este año propongo a mi familia y amigos algo muy diferente:
Cerrar los ojos
Crear unos o dos deseos
Visionarlos
Oírlos
Olerlos
Sentirlos
Tocarlos
Tener una fe inquebrantable de que van a suceder sin preguntarse el cómo.
Seguir al corazón
Plasmar los deseos en un sitio visible
Revisarlos diariamente
Esta vez se van a materializar en todo el planeta todos nuestros deseos de Navidad y Año Nuevo. Vamos a cambiar muchas cosas.
Y ahora sólo me cabe decir GRACIAS; GRACIAS; GRACIAS
Con todo mi afecto,
Juan
Una vez leída la carta no teníamos ganas de felicitaciones al uso. Encontraba que la carta era maravillosa y nos daba una lección de cómo se aceptaba una de las peores noticias que podemos recibir en nuestra vida. Y se me ocurrió coger uno de los cuentos de mi amigo Antonio José y adaptarlo. Se lo envié a todos los amigos. Y esa fue nuestra felicitación de Navidad en ésta cincuentena.
“Cuentan que en el remoto reino de Hociópolis, la diosa Oxius era la encargada de navegar por los sueños felices, explorar sus secuencias y transportar las experiencias amables al corazón de todos los vecinos.
Estas secuencias, en su mayoría, eran reflejos de amor, encuentros con la amistad, fiestas, jolgorio y grandes jornadas compartidas con sorpresas, adivinanzas, bolos, cuerdas, aros, persecuciones, cartas, saltos…, esencias de juegos y momentos de fantasía ilustrada por la vida.
Sin embargo, a pesar de la importante labor de la diosa, muchos habitantes del reino se encontraban tristes y aburridos, ya que lo que ellos deseaban era poder jugar y participar en las experiencias recreativas de los demás, porque ver el amor resultaba entrañable, observar los bailes, cucañas, carreras de sacos o las competiciones de fuerza y destreza era admirable, pero ver jugar y divertirse sin poder participar suponía mucha frustración y el entusiasmo se empequeñecía.
Enterado el rey Liberto de la tristeza imperante entre sus súbditos, convocó al Consejo Real y ordenó establecer una solución contra el mal del aburrimiento.
El docto Ricus propuso sortear los sueños felices entre todos los vecinos y así, quien fuera señalado por la suerte, tendría el privilegio de jugar siempre. El mago Bustacius opinaba que la diosa debería llevar todas las experiencias lúdicas a un recinto, donde los vecinos a cambio de un diezmo de sus cosechas, pudieran jugar sin límites. El viejo Trianus dijo que jugar era encontrarse con el oráculo de la ilusión y propuso crear un camino de obstáculos y pruebas, donde el que llegase primero obtuviese el premio público de ser admirado y aplaudido. El sabio Sangües dijo que todo eso estaba muy bien, pero que se había olvidado algo muy importante, todo eso no serviría de nada si antes no se daba solución al dolor. Nunca se sabía cuando podía aparecer el dolor en el reino. Podía ser un dolor físico o un dolor moral. Podía aparecer al niño o al mayor. Podía aparecer en el momento más inoportuno. Todos temían ser tocados por aquella vara de abedul, por eso pensaba aquel sabio que para poder tener aquellas experiencias amables en el reino, poder jugar sin límites y poder llegar a alcanzar al oráculo de la ilusión, había que desterrar el dolor.
Pero el Consejo Real no podía encontrar un remedio contra aquel mal. Fueron llamados muchos súbditos a consultas. El laboratorio de Melchorius podía remediar algunos dolores físicos con algunas pócimas, pero ni mucho menos todos y menos los dolores morales. El jefe de todos los bufones del reino, Villalonius, dijo que sus creadores de ilusiones no podían más que desterrar el dolor moral por solo una mínima parte del tiempo. Llamaron al jefe de todos los dineros, Riañus, pero también les dijo que algo podía remediar, pero muy poquito, ya que la mayoría de los dolores hacen burlas a los dineros. Llamaron al jefe de los sacerdotes, el sumo Marchesius, quien les dijo que el dolor existe y no se puede desterrar del reino, como no se puede desterrar la felicidad.
El problema del reino era grande y el rey Liberto, la diosa Oxius, y todo el Consejo Real temían que podría llegar una hecatombe. No solo había en el reino aburrimiento. Había temor y miedo porque nadie sabía la solución a aquel terrible problema.
Cuando todo el reino se llenó de abatimiento, el pastelero Jerónimus dijo que él tenía la solución. Inmediatamente el pastelero fue llamado por el letrado del reino Rodrigus al Consejo Real. Allí se encontraron en pleno reunidos todos los importantes hombres. Estaban Blazquius, Meseguerius, Perellus, Mateus, Pidalus, Prietus, Pucholus, Ramonus, Ferrandius, Pereitus, Pomattius, Rojius, Antonio Marius, Orfilius, Gaunus, Rullanius, Serrius, Garnicus, Villaseñorius, Serranius, Muerzius, Simonius, Isidrius, Luirrius, Lezus, Tomeus, Caballerius, Iribus y Villenius. Todos querían escuchar la solución del pastelero.
¡Habla! Le dijo el letrado del reino. Y el pastelero empezó a hablar con voz suave y temerosa de verse ante tantos hombres importantes.
- La diosa Oxius quiere tener el corazón de todos los vecinos contentos y que sus sueños sean felices. Y por más que ha llamado al amor, a la amistad, a las fiestas, a los juegos y a la fantasía, no ha podido conseguir más que el mundo se aburra porque no puede participar en los juegos siempre que se quiera. Y no siempre se puede participar porque existe el mal del dolor, que unas veces produce cansancio, otras tristeza, y la mayoría de las veces incapacidad para poder actuar. Pues bien, yo tengo la solución.
- ¡Habla, habla¡ Gritaron todos.
El pastelero esperó a que se calmaran todos los murmullos y prosiguió con un hilo fino de voz, asustado, por el poder de los grandes del reino.
- Hoy 21 de Diciembre, he recibido una carta y aquí está la solución para que el reino de Hociópolis pueda ser feliz.
- ¿Una carta dijo Orfilius? ¿Y en una carta puede estar la solución?.
El murmullo de todos los hombres del Consejo Real se tornó en enfado y ya todos gritaban ante lo que ellos podían considerar una broma. Pero el pastelero Jerónimus se armó de valor, alzó la voz y dijo con voz decidida.
- ¡Escuchad os digo¡ Solo hay una forma de burlar al dolor y que vague por el reino con las orejas bajas, huidizo y temeroso de ser burlado cada vez que aparezca entre medio de niños o mayores. Solo hay una manera de hacerlo y que es la consecuencia a la que han llegado hombres muy inteligentes.
Y siguió ante un silencio expectante.
- Como todos sabéis, el culmen de la inteligencia es la bondad. Solo llegan a ser bondadosos de verdad, aquellos que son tan inteligentes, que son capaces de dar sin necesidad de pedir nada a cambio. Están tan sobrados que dan a los demás, amor, amistad, bienes y cosas. Solo a este tipo de personas les está permitido conocer cosas a las que la gente normal no puede llegar ni conocer. Por eso digo que tiene la solución y me la ha enviado en forma de una carta con el nombre de “Carta a Horacio”
- A Juan le tocó una vara de abedul y le atravesó de la cabeza a los pies. Al pronto se sintió dentro de ese grupo de personas con coraje, dignos de ser admirados por el resto del mundo. Sintió cierta felicidad y orgullo por ello, al tiempo que observó una mueca de desagrado e incredulidad en el rostro del dolor. El dolor tuvo la sensación de estar siendo burlado. Juan entendió que le ofrecían una oportunidad para aprender y crecer y tener un nuevo proyecto de curación y de nuevas valoraciones de las cosas. Y el dolor frunció más el ceño, incrédulo ante una reacción tan poco corriente. Empezó a avergonzarse de estar ante Juan. Ante los mismísimos morros del dolor Juan recibía regalos de amor de familia y amigos, tantos que estaba cada vez más contento. Algo estaba cambiando, la pasión volvió a su amor de pareja, Adelaida. Los caminos con sus padres y hermanos volvieron a encontrarse. Los amigos de todo el mundo se tocaban en sus vidas sin saberlo. Las oraciones de todos unían el alma de Hociópolis. Ya nunca jamás se sintió solo en el reino.
El Consejo Real escuchaba atónito. El pastelero iba desgranando aquella “Carta a Horacio” e iba explicando cómo el dolor se iba avergonzando ante la actitud de algunas personas muy inteligentes y buenas de condición. Tanto se avergonzaba el dolor que éste se escondía de aquel tipo de gente. El pastelero explicó que su amigo empezó una transformación en la que se sintió capaz de cualquier transformación que hubiera en el planeta. Incluso estaba aceptando una transformación espiritual que le hacía sentir una magia especial en su vida. Había entendido que el dolor podía transformarlo en paz, la paz en alegría y la alegría en amor. Al oír esto el dolor salió corriendo del lugar donde estaba escondido, avergonzado y frustrado de producir exactamente lo contrario para lo que fue ubicado en el reino de Hociópolis. Juan sabía que tendría molestias, incluso dolores, pero nunca tendría sufrimiento. No quería ser víctima porque no aceptó el juicio y por ello se evitó el sufrimiento. A cambio aceptó un dolor físico que supo transmutarlo a un despertar espiritual. Horacio, en realidad, era su cuerpo y ellos aceptaron que el olvido en el cuidado del mismo hubieran podido traer los males indeseados. A todos nos puede pasar y el dolor se cuida de entrar en todos los Horacios del mundo, porque es invitado, a excesos, todos los días. Horacio y Juan hablaron de su futuro. Admitieron su posible error, si es que lo hubo, pero sobre todo empezaron juntos a celebrar la curación y con ella la valoración de cuanto acontece en el día a día. Incluso esa Navidad, desearon que fuera la mejor Navidad de todas.
Al oír esto la diosa Oxius se levantó entusiasmada. Dijo que esta carta era el remedio para que ella volviera a repartir en el reino de Hociópolis las emociones bonitas entre los vecinos. Era el remedio amable para burlar el dolor. Mandó enmarcar la carta y ponerla a la vista en los lugares públicos y con un leve movimiento de su báculo mágico extendió un arco luminoso que orlaba el marco de la “Carta a Horacio”. En aquel reino se produjo un milagro y el rey Liberto, impresionado, saltaba de alegría con su súbditos y bajo la admiración de todos llenaba sus casas de ilusión y de sueños felices. La diosa Oxius dejó de realizar el reparto aislado y el Consejo Real determinó que la luz de la ilusión era el mejor remedio contra una vida tediosa y aburrida.
Dicen que vieron al pastelero regresar a su casa muy contento. Alguien vio rodar una lágrima por su mejilla al tiempo que decía: ¡Gracias Juan¡”
Febrero 2008
Todas las Navidades nos felicitamos las fiestas los amigos más entrañables de los tiempos de la niñez. Nos vemos poco. Alguna vez, de cuando en cuando, nos reunimos en una comida o cena. Y así, hemos llegado a la cincuentena. Pero esta Navidad una noticia nos golpeó de manera atroz. Uno de nosotros había sido diagnosticado de cáncer. Le habían descubierto un cáncer y nos lo comunicó con una carta que escribió a su cuerpo, al que llamaba Horacio. Esta es la carta.
Madrid, 18 de Diciembre de 2007
Querido Horacio,
Fue ese jueves de Noviembre cuando supe que me habías tocado con tu vara de abedul, cuando un rayo me atravesó de la cabeza a los pies. ¿A mí? ¿A mí? ¿Por qué a mí?
Sólo tardé unos segundos en aceptar el diagnóstico y en ese instante experimenté una felicidad que nunca había sentido hasta ahora. Iba a tener el honor de formar parte de ese grupo de personas a las que tanto admiro, que sacan coraje de donde parece que no lo hay y lo muestran al mundo.
Me ofreces una grandiosa oportunidad de aprender y de crecer, aquí y ahora con este master, con este proyecto, con esta asignación que es CURARME y que hoy acapara mi máxima atención.
No es una interrupción a mi vida ni un freno en mi viaje a Ítaca. Es un nuevo rumbo que quiero vivir a tope y del que voy a sacar todos sus frutos. Estoy impaciente por ordeñar cada día que comienza.
Muy pronto empecé a sentir que había recibido otro regalo mucho mayor, que ni en mis mejores sueños podía imaginar. Es el amor de mi familia y mis amigos.
Mi vida de familia se ha transformado. En casa con Adelaida y Gabriela sentimos una pasión amorosa mutua como nunca había sucedido. Me conmueve cómo se vuelcan conmigo, cada minuto, cada segundo. Ellas son quienes realmente están viviendo y soportando mi enfermedad. Sólo me sale una palabra del corazón y es ¡¡¡GRACIAS!!!.
Los caminos de mis padres y hermanos y el mío se han unido. Hemos entrado de nuevo en nuestras vidas respectivas. Y donde antes veía recelo, barreras y malentendidos ahora sólo veo unos grandísimos corazones. Además me divierto muchísimo con todos y cada uno de ellos, que en su diversidad y a su manera me están dando lo mejor de si. También estamos llevando a cabo unas colaboraciones muy fructíferas. Todo tiene un enorme sentido.
¡Y que decir de mis amigos, que desde todas las partes del mundo me mandan unas letras de ánimo y aliento en sus emails!. Hay personas, que ni me podía imaginarme, que me están mandando su cariño. Es curioso cómo nos “tocamos” entre nosotros en nuestras vidas sin saberlo.
Hacía unas semanas que había perdido mi teléfono móvil pero con esta enfermedad ya lo tengo rápidamente al día.
Hay tantos amigos que me ofrecen nuevas terapias y técnicas, nuevos libros. Siento que se me presenta un fecundo período de conocimiento.
¿Y qué decir de todas esas personas que rezan por mí y piensan en mí durante sus oraciones? Sé que hay conventos enteros de carmelitas descalzas que se están volcando en mi persona. ¡Qué gran responsabilidad de agradecimiento se posa en mis hombros!
Y en estos momentos pongo a Dios por testigo de que nunca jamás en la vida diré que “me siento solo”, “no tengo amigos” o “me siento miserable”. Eso sería ir en contra de la naturaleza de la vida.
Hoy, siento y sé que cada uno de nosotros formamos parte de un cuerpo superior en el que todos estamos conectados y cuando una parte de ese cuerpo está más débil el resto vibra. Yo también sabré vibrar mucho más a partir de ahora.
En cambio, ¿Cuántas veces vibramos por cosas no importantes? ¿Somos conscientes de la enorme cantidad de metas y estímulos triviales que nos creamos y aceptamos y que nos generan tanto stress? ¿Es tan real esa ansiedad que nos atenaza? ¿Es tan real esa culpa que nos abruma? Todo eso nos mata.
He aprendido a ser Yo, a ser “Yo soy”. Me he dado cuenta de que había llevado una vida alocada en la que había adoptado muchos roles en ambientes dispersos y desconectados. Eso me creaba barreras, eso me negaba como persona. Eso era matarme. Ahora “Yo Soy” esté donde esté, no tengo barreras. Formo parte de una energía ilimitada.
Me siento capaz de llevar a cabo cualquier visión que me plantee en este planeta.
Estoy viviendo una experiencia mágica de transformación espiritual. Ahora entiendo al alquimista que transforma el dolor en paz, la paz en alegría y la alegría en amor.
Estoy completamente preparado para todo lo que vaya a venir y sé que sobrevendrán dolores y molestias en el cuerpo pero nunca sufrimiento. Todo sufrimiento es un juicio, es aceptar la condición de que se es víctima y yo eso jamás lo haré.
En cambio, el inevitable dolor físico que se acepta, se siente en todos los poros y se ofrece, nos brinda la oportunidad de transmutarlo en despertar espiritual.
Horacio, no quiero darte una pequeña decepción. Pero no has sido tú quien me ha traído esta enfermedad sino yo. Yo soy al 100% responsable de lo que me pasa. Ha sido mi mente quien me ha confundido y me ha metido en esto. Había una falta de armonía. Quizá tenía una necesidad de crecimiento no bien madurada o una situación que no sabía cómo manejar. Esta enfermedad tiene un mensaje y al captarlo mi curación vendrá, de la misma manera en que la primavera sigue al invierno. Ya intuyo mucho de lo que me había pasado.
Hay muchas maneras positivas de hacer frente a esta enfermedad. Yo quiero recuperar el diálogo con mi cuerpo. Quiero estar con él y acompañarlo en estos momentos de debilidad. Mi cuerpo es ese amigo sabio y fiel, que siempre trabaja de manera incondicional y silenciosa para estar sano. ¡Ay hermano!, cuanto te he exigido en esas noches de trabajo, en esos platos y copas de más, en ese uso de ti como fuente de placer y objeto de consumo. ¿Cuántas veces te he dejado en último lugar dando por hecho que tú silenciosamente podías con todo? Hermano, nos curaremos juntos y a partir de ahora serás mi joya.
Bueno Horacio, vamos a hablar tú y yo del futuro. Sabes muy bien que me voy a curar y por eso te quiero ofrecer un puente de plata honroso. Sé que has actuado con tu mejor intención, obedeciendo a los designios de mi mente. Te propongo que retires inmediatamente de mi cuerpo tus células enfermas. A cambio, conservaré en la memoria un buen recuerdo tuyo de esta etapa maravillosa.
Horacio, sabes que no tienes otra alternativa. Si insistes en persistir, tanto mi altísima moral como las baterías del Dr. Javier Hornedo, quizás el mejor oncólogo del mundo, harán mella en ti. ¿Por qué aferrarte y resistirte a lo inevitable?
En pocas palabras: Gracias por entrar en mi y Gracias por salir de mi, con todo mi amor.
Yo ya he empezado a celebrar mi curación. Estoy organizando con mi familia y amigos un viaje a Roma de agradecimiento por todas estas vivencias y todas estas “vacaciones”.
Esta enfermedad me ha sobrevenido en un momento en que estaba cambiando de vida y planeando una nueva etapa. Voy a incorporar todo lo que aprenda. Esta etapa será muy importante en mi vida y ya nunca jamás volveré a ser la misma persona después de vivir esta experiencia. Mi misión y mis metas serán a partir de ahora muy diferentes. Sé que me espera una vida apasionante y me ilusiona asumir mis nuevas responsabilidades. Sabré siempre cambiar y transformarme.
Sé también que este futuro apasionante no me estará esperando sólo a mí. Esta ha sido un poco la enfermedad de todos y todos nos estamos transformando.
Y ahora pienso en La Navidad. Esta va ser la mejor Navidad de toda mi vida. La Navidad es el nacimiento del niño Dios. Es un momento de Creación. Es el momento de crear la mejor versión de la mejor visión de nosotros mismos.
En La Navidad sin embargo, rara vez nos salen bien los deseos. Ya en los medios de comunicación de la primera semana de Enero todo sigue igual de mal en el mundo y el nuevo año sigue el mismo curso de violencia y perversión rutinaria.
Sin embargo, este año propongo a mi familia y amigos algo muy diferente:
Cerrar los ojos
Crear unos o dos deseos
Visionarlos
Oírlos
Olerlos
Sentirlos
Tocarlos
Tener una fe inquebrantable de que van a suceder sin preguntarse el cómo.
Seguir al corazón
Plasmar los deseos en un sitio visible
Revisarlos diariamente
Esta vez se van a materializar en todo el planeta todos nuestros deseos de Navidad y Año Nuevo. Vamos a cambiar muchas cosas.
Y ahora sólo me cabe decir GRACIAS; GRACIAS; GRACIAS
Con todo mi afecto,
Juan
Una vez leída la carta no teníamos ganas de felicitaciones al uso. Encontraba que la carta era maravillosa y nos daba una lección de cómo se aceptaba una de las peores noticias que podemos recibir en nuestra vida. Y se me ocurrió coger uno de los cuentos de mi amigo Antonio José y adaptarlo. Se lo envié a todos los amigos. Y esa fue nuestra felicitación de Navidad en ésta cincuentena.
“Cuentan que en el remoto reino de Hociópolis, la diosa Oxius era la encargada de navegar por los sueños felices, explorar sus secuencias y transportar las experiencias amables al corazón de todos los vecinos.
Estas secuencias, en su mayoría, eran reflejos de amor, encuentros con la amistad, fiestas, jolgorio y grandes jornadas compartidas con sorpresas, adivinanzas, bolos, cuerdas, aros, persecuciones, cartas, saltos…, esencias de juegos y momentos de fantasía ilustrada por la vida.
Sin embargo, a pesar de la importante labor de la diosa, muchos habitantes del reino se encontraban tristes y aburridos, ya que lo que ellos deseaban era poder jugar y participar en las experiencias recreativas de los demás, porque ver el amor resultaba entrañable, observar los bailes, cucañas, carreras de sacos o las competiciones de fuerza y destreza era admirable, pero ver jugar y divertirse sin poder participar suponía mucha frustración y el entusiasmo se empequeñecía.
Enterado el rey Liberto de la tristeza imperante entre sus súbditos, convocó al Consejo Real y ordenó establecer una solución contra el mal del aburrimiento.
El docto Ricus propuso sortear los sueños felices entre todos los vecinos y así, quien fuera señalado por la suerte, tendría el privilegio de jugar siempre. El mago Bustacius opinaba que la diosa debería llevar todas las experiencias lúdicas a un recinto, donde los vecinos a cambio de un diezmo de sus cosechas, pudieran jugar sin límites. El viejo Trianus dijo que jugar era encontrarse con el oráculo de la ilusión y propuso crear un camino de obstáculos y pruebas, donde el que llegase primero obtuviese el premio público de ser admirado y aplaudido. El sabio Sangües dijo que todo eso estaba muy bien, pero que se había olvidado algo muy importante, todo eso no serviría de nada si antes no se daba solución al dolor. Nunca se sabía cuando podía aparecer el dolor en el reino. Podía ser un dolor físico o un dolor moral. Podía aparecer al niño o al mayor. Podía aparecer en el momento más inoportuno. Todos temían ser tocados por aquella vara de abedul, por eso pensaba aquel sabio que para poder tener aquellas experiencias amables en el reino, poder jugar sin límites y poder llegar a alcanzar al oráculo de la ilusión, había que desterrar el dolor.
Pero el Consejo Real no podía encontrar un remedio contra aquel mal. Fueron llamados muchos súbditos a consultas. El laboratorio de Melchorius podía remediar algunos dolores físicos con algunas pócimas, pero ni mucho menos todos y menos los dolores morales. El jefe de todos los bufones del reino, Villalonius, dijo que sus creadores de ilusiones no podían más que desterrar el dolor moral por solo una mínima parte del tiempo. Llamaron al jefe de todos los dineros, Riañus, pero también les dijo que algo podía remediar, pero muy poquito, ya que la mayoría de los dolores hacen burlas a los dineros. Llamaron al jefe de los sacerdotes, el sumo Marchesius, quien les dijo que el dolor existe y no se puede desterrar del reino, como no se puede desterrar la felicidad.
El problema del reino era grande y el rey Liberto, la diosa Oxius, y todo el Consejo Real temían que podría llegar una hecatombe. No solo había en el reino aburrimiento. Había temor y miedo porque nadie sabía la solución a aquel terrible problema.
Cuando todo el reino se llenó de abatimiento, el pastelero Jerónimus dijo que él tenía la solución. Inmediatamente el pastelero fue llamado por el letrado del reino Rodrigus al Consejo Real. Allí se encontraron en pleno reunidos todos los importantes hombres. Estaban Blazquius, Meseguerius, Perellus, Mateus, Pidalus, Prietus, Pucholus, Ramonus, Ferrandius, Pereitus, Pomattius, Rojius, Antonio Marius, Orfilius, Gaunus, Rullanius, Serrius, Garnicus, Villaseñorius, Serranius, Muerzius, Simonius, Isidrius, Luirrius, Lezus, Tomeus, Caballerius, Iribus y Villenius. Todos querían escuchar la solución del pastelero.
¡Habla! Le dijo el letrado del reino. Y el pastelero empezó a hablar con voz suave y temerosa de verse ante tantos hombres importantes.
- La diosa Oxius quiere tener el corazón de todos los vecinos contentos y que sus sueños sean felices. Y por más que ha llamado al amor, a la amistad, a las fiestas, a los juegos y a la fantasía, no ha podido conseguir más que el mundo se aburra porque no puede participar en los juegos siempre que se quiera. Y no siempre se puede participar porque existe el mal del dolor, que unas veces produce cansancio, otras tristeza, y la mayoría de las veces incapacidad para poder actuar. Pues bien, yo tengo la solución.
- ¡Habla, habla¡ Gritaron todos.
El pastelero esperó a que se calmaran todos los murmullos y prosiguió con un hilo fino de voz, asustado, por el poder de los grandes del reino.
- Hoy 21 de Diciembre, he recibido una carta y aquí está la solución para que el reino de Hociópolis pueda ser feliz.
- ¿Una carta dijo Orfilius? ¿Y en una carta puede estar la solución?.
El murmullo de todos los hombres del Consejo Real se tornó en enfado y ya todos gritaban ante lo que ellos podían considerar una broma. Pero el pastelero Jerónimus se armó de valor, alzó la voz y dijo con voz decidida.
- ¡Escuchad os digo¡ Solo hay una forma de burlar al dolor y que vague por el reino con las orejas bajas, huidizo y temeroso de ser burlado cada vez que aparezca entre medio de niños o mayores. Solo hay una manera de hacerlo y que es la consecuencia a la que han llegado hombres muy inteligentes.
Y siguió ante un silencio expectante.
- Como todos sabéis, el culmen de la inteligencia es la bondad. Solo llegan a ser bondadosos de verdad, aquellos que son tan inteligentes, que son capaces de dar sin necesidad de pedir nada a cambio. Están tan sobrados que dan a los demás, amor, amistad, bienes y cosas. Solo a este tipo de personas les está permitido conocer cosas a las que la gente normal no puede llegar ni conocer. Por eso digo que tiene la solución y me la ha enviado en forma de una carta con el nombre de “Carta a Horacio”
- A Juan le tocó una vara de abedul y le atravesó de la cabeza a los pies. Al pronto se sintió dentro de ese grupo de personas con coraje, dignos de ser admirados por el resto del mundo. Sintió cierta felicidad y orgullo por ello, al tiempo que observó una mueca de desagrado e incredulidad en el rostro del dolor. El dolor tuvo la sensación de estar siendo burlado. Juan entendió que le ofrecían una oportunidad para aprender y crecer y tener un nuevo proyecto de curación y de nuevas valoraciones de las cosas. Y el dolor frunció más el ceño, incrédulo ante una reacción tan poco corriente. Empezó a avergonzarse de estar ante Juan. Ante los mismísimos morros del dolor Juan recibía regalos de amor de familia y amigos, tantos que estaba cada vez más contento. Algo estaba cambiando, la pasión volvió a su amor de pareja, Adelaida. Los caminos con sus padres y hermanos volvieron a encontrarse. Los amigos de todo el mundo se tocaban en sus vidas sin saberlo. Las oraciones de todos unían el alma de Hociópolis. Ya nunca jamás se sintió solo en el reino.
El Consejo Real escuchaba atónito. El pastelero iba desgranando aquella “Carta a Horacio” e iba explicando cómo el dolor se iba avergonzando ante la actitud de algunas personas muy inteligentes y buenas de condición. Tanto se avergonzaba el dolor que éste se escondía de aquel tipo de gente. El pastelero explicó que su amigo empezó una transformación en la que se sintió capaz de cualquier transformación que hubiera en el planeta. Incluso estaba aceptando una transformación espiritual que le hacía sentir una magia especial en su vida. Había entendido que el dolor podía transformarlo en paz, la paz en alegría y la alegría en amor. Al oír esto el dolor salió corriendo del lugar donde estaba escondido, avergonzado y frustrado de producir exactamente lo contrario para lo que fue ubicado en el reino de Hociópolis. Juan sabía que tendría molestias, incluso dolores, pero nunca tendría sufrimiento. No quería ser víctima porque no aceptó el juicio y por ello se evitó el sufrimiento. A cambio aceptó un dolor físico que supo transmutarlo a un despertar espiritual. Horacio, en realidad, era su cuerpo y ellos aceptaron que el olvido en el cuidado del mismo hubieran podido traer los males indeseados. A todos nos puede pasar y el dolor se cuida de entrar en todos los Horacios del mundo, porque es invitado, a excesos, todos los días. Horacio y Juan hablaron de su futuro. Admitieron su posible error, si es que lo hubo, pero sobre todo empezaron juntos a celebrar la curación y con ella la valoración de cuanto acontece en el día a día. Incluso esa Navidad, desearon que fuera la mejor Navidad de todas.
Al oír esto la diosa Oxius se levantó entusiasmada. Dijo que esta carta era el remedio para que ella volviera a repartir en el reino de Hociópolis las emociones bonitas entre los vecinos. Era el remedio amable para burlar el dolor. Mandó enmarcar la carta y ponerla a la vista en los lugares públicos y con un leve movimiento de su báculo mágico extendió un arco luminoso que orlaba el marco de la “Carta a Horacio”. En aquel reino se produjo un milagro y el rey Liberto, impresionado, saltaba de alegría con su súbditos y bajo la admiración de todos llenaba sus casas de ilusión y de sueños felices. La diosa Oxius dejó de realizar el reparto aislado y el Consejo Real determinó que la luz de la ilusión era el mejor remedio contra una vida tediosa y aburrida.
Dicen que vieron al pastelero regresar a su casa muy contento. Alguien vio rodar una lágrima por su mejilla al tiempo que decía: ¡Gracias Juan¡”
Febrero 2008